Una daga de doble filo
Roberto Bermúdez (Ricardo Darín) es un prestigioso abogado penalista que en la cima de sus conocimientos ha decidido dedicarse a la docencia universitaria y a la escritura de libros que desmenuzan el funcionamiento de la Justicia. En plena adultez asume que su mayor motivación ya no es el dinero sino el prestigio, y sostiene sus opiniones experimentadas ante las nuevas generaciones de jóvenes profesionales con obstinado apasionamiento. Se presenta ante sus alumnos con brillantes opiniones, contundentes razonamientos y una mezcla de cinismo e ironía que se sustenta en una personalidad soberbia que se cree de vuelta de todo lo concerniente a su oficio.
Esta personalidad -que no admite las contradicciones- choca con las audaces intervenciones de un joven alumno (Gonzalo/Amman) que viene de otro país como aprendiz a su seminario de criminología. Inesperadamente, el joven acerca argumentos consistentes para balancear opiniones del profesor, iniciándose entre ambos una suerte de ajedrez intelectual, sostenido en memorables frases sobre la distancia entre lo que es ético y lo que es legal, o hasta qué punto la presencia del azar es determinante para la Justicia, algo que Bermúdez niega de plano, insistiendo en que hay que controlar y prevenir hasta los imprevistos.
Cuando ocurre un misterioso asesinato en los alrededores de la facultad, Bermúdez pasa de la antipatía inicial hacia su impertinente alumno, a la sospecha de que éste puede ser el asesino. Pero la narración va dejando claves que podrán interpretarse a favor de uno u otro duelista. Goldfrid se las ingenia para mantener una intriga latente: el profesor puede equivocarse y el discípulo oscila entre ser un villano o una víctima según cómo se lo mire. Cada indicio tiene un significado que puede abonar una doble tesis: una mariposa, una daga, una vieja fotografía, una frase dicha al pasar sobre la infancia traen datos del pasado y nuevas explicaciones.
Juego de espejos
Como todo duelo esencial, abundan las simetrías entre los contrincantes, al punto que el bueno demuestra no ser tan distinto del malo, y aquéllas terminarán de manifestarse cuando ambos se relacionen con la hermana de la chica asesinada (la bonita Calu Rivero), que a su vez se mimetiza con la víctima, ocupa su lugar de trabajo y se corta el cabello para parecerse. Este juego de semejanzas se corresponde con muchas secuencias formales que se inician precisamente desde la imagen reflejada en un espejo.
Si bien el relato se mueve con las reglas de un policial con glamoroso estilo británico, en el que cada movimiento de piezas requiere toda la atención pero tiene una causa clara, aquí se filtra progresivamente un carácter más oscuro y cercano al policial negro, con una perspectiva menos racional y más atormentada. Ese proceso erosivo en el interior del protagonista se refleja en su entorno, especialmente en la biblioteca personal que cambia de un orden abrumador a un caos inmanejable.
Engranaje abierto
La película funciona como un sistema aparentemente cerrado y preciso de indicios y trampas, elementos de la narración cinematográfica clásica que no son habituales en el cine nacional. El relato sigue las reglas del género y luego rompe algunas de ellas, particularmente en el final. Es impecable desde lo técnico con sus atmósferas veladas y refractarias, cuando se trata de tomas subjetivas para introducirnos en los sentidos del protagonista. Es importante considerar que el narrador puede no ser del todo confiable y que su observación de los hechos puede estar distorsionada. En su abrupto desenlace la película busca la ambigüedad, a pesar de los cerrados significados de casi todo lo que se vio antes, otorgando al espectador un espacio para la duda y para que tome sus propias decisiones.
La película de Goldfrid puede ser pensada también en clave alegórica, que termina convirtiéndose en un relato sobre la percepción y el modo en el que vemos lo que queremos ver, con resonancias expresionistas que remiten a la angustia, la incerteza y la falibilidad humanas.