Atravesar el velo de la apariencia.
Testigo de otro mundo tiene registro de documental y en ese espacio cinematográfico la ficción surge a cuentagotas para recrear una experiencia que tuvo como protagonista a Juan, un niño de doce años, quien vivió un “denominado” encuentro cercano con seres de luz, episodio traumático que lo recluyó en su propio mundo de soledad, completamente aislado de todos y con el miedo que aquello que vio fuera producto de su locura o su anormalidad frente a sus pares.
El director Alan Stivelman escudriñó en la historia de Juan, penetró en ese muro de soledad gracias a la hospitalidad de este hombre de 35 años, con la misma mirada transparente del niño de doce, y decidió ayudarlo para cerrar un ciclo en su vida, recuperar los orígenes de su identidad ligada a los guaraníes, encontrar en sus ancestros las respuestas a su experiencia con el fenómeno OVNI.
Sin embargo, la Ufología no ocupa el centro de Testigo de otro mundo, sino que el realizador junto a su protagonista Juan en una etapa de madurez y con ganas de confrontar sus propios miedos se internan en la búsqueda de la identidad para generar nexos entre el aporte de los sabios guaraníes, el experto en Ufología Jacques Vallée, quien declaró en varias oportunidades que la de Juan es una historia única en relación a otros acontecimientos de encuentros con seres extraterrestres, sin juzgar la verosimilitud de un relato de un niño de doce años cuando pudo conocerlo.
Para Alan Stivelman correr el velo de la apariencia significó un enorme desafío a la incredulidad y a entender un fenómeno más ligado a la esfera espiritual que a los platos voladores. Conocer, en definitiva es aprender a hacer las preguntas correctas; abrir las dimensiones de la sensibilidad y despojarse de los falsos caminos de los saberes cuando la verdad se expresa y manifiesta de muchas formas diferentes, como la odisea de Juan y su encuentro con sus ancestros, sus sueños premonitorios y su paz interior tras haber cruzado el umbral del miedo a lo desconocido.