Grandes aspiraciones
“Testigo íntimo” es la segunda película de Santiago Fernández Calvete y cuenta con la actuación de Graciela Alfano. Dos hermanos comparten a la misma mujer.
Si en una olla mezclamos algunos cubitos de cine policial francés, le agregamos unos toques oscuros de thriller de países nórdicos y dejamos cocinar a fuego lento durante una hora y 40 minutos, obtendremos un plato principal con aspiraciones claras a convertirse en clásico, pero con algunas fallas en la receta que hacen que el resultado sea difícil de conseguir.
El problema de Testigo íntimo, la película dirigida por Santiago Fernández Calvete y protagonizada por Felipe Colombo, Graciela Alfano, Guadalupe Docampo, Leonardo Saggese y Evangelina Cueto, no es la historia, que está bien. ¿De qué va? Dos hermanos, cada uno con su pareja. Uno boxeador, el otro abogado. Este último tiene una relación amorosa –clandestina– con su cuñada. Y la madre de su mujer lo descubre.
La trama es sencilla, pero en medio de ese conflicto hay un crimen y la amante muere, y entonces los hermanos se ven atrapados en una encrucijada moral, porque son los principales sospechosos y la infidelidad no está blanqueada entre ellos.
La pulpa del conflicto late debajo de un hollejo filosófico. Porque si bien el problema es lo que ocurre entre el grupo de personas involucradas en las circunstancias, la película plantea una suerte de “conflicto macro”.
Mientras los personajes sólo cruzan uno que otro mensaje de texto, corre en paralelo una narración con un planteo de vida respecto de la injerencia de la tecnología en la vida de las personas que se presenta, sin mayor contextualización, a través de un personaje detenido e interrogado por la policía. Este hombre es quien abre el filme y es el encargado de reflexionar sobre las redes sociales, los teléfonos celulares y los satélites. La “lección de filosofía” aporta confusión y distrae.
Las actuaciones estelares son equilibradas, aunque por momentos sorprenden menos los protagónicos que los actores secundarios, y en este sentido, el caso de Graciela Alfano merece una mención especial. Si el espectador consigue escindir su papel de la parafernalia del show televisivo en donde se forjó, de los escándalos mediáticos y los dimes y diretes donde parece nacida y criada, puede ver la luz al final del túnel.
Todo el tiempo perdido intentando mantener refulgiendo el brillo efímero de la vanidad en una pantalla chica bien se puede canalizar en una aparición iridiscente en un puñado de escenas dignas. Esas intervenciones sí valen la pena para pasar a la posteridad. Esto, en el caso de que no consiga pasar a la posteridad la película.