El mejor de los peores
En 1998 dos soñadores oriundos de San Francisco se trasladaron a Los Ángeles con el objetivo de convertirse en actores profesionales. Pero viendo su poca suerte y los rechazos que iban acumulando decidieron filmar su propia película, en la que ellos serían las estrellas. Con un presupuesto de dudosa procedencia y un resultado final cuestionable por infinitas razones, la película bautizada como The Room hoy todavía se exhibe en algunos ciclos de cine y es consideraba como un film de culto por sus fanáticos. The Disaster Artist cuenta la historia de esa gloriosa filmación que finalizó recién en el año 2003.
Resulta muy difícil no caer en el spoiler para referirse a esta película. Porque si bien lo dicho en el párrafo precedente forma parte del hecho real en el que se basa The Disaster Artist, nunca dejamos de hablar de la filmación de una película cuyo rodaje tuvo lugar hace muy poco tiempo, menos de veinte años, y a la que probablemente pueda accederse por más de una vía (guiño, guiño). El caso de quien escribe forma parte de aquellos que nunca habíamos siquiera oído hablar de The Room, por lo que enterarse de que ya hay otra película que exclusivamente se encarga de relatar los hechos que tuvieron lugar durante su filmación no deja de llamar la atención. ¿Un consejo? No averigüen. No googleen. No pregunten. Primero vean The Disaster Artist.
Corría 1998, Greg Sestero (Dave Franco) asiste a una clase de teatro en su San Francisco natal sin saber que su vida está a punto de cambiar para siempre. Porque a esa misma clase también irá Tommy Wiseau (James Franco), quien esa tarde decidió hacer una versión extremadamente libre de Un Tranvía Llamado Deseo. Greg, tímido e introvertido tanto abajo como arriba del escenario, queda impresionado por la libertad que Tommy demuestra como actor, por lo que decide pedirle consejo. Inicia así una bizarra relación que decantará en amistad y posterior vínculo laboral entre dos personas que lo único que tenían en común era el sueño que perseguían.
Y como ocurre en las buenas películas cuyo título se refiere a uno de sus personajes, el protagonista de The Disaster Artist es el otro, Greg en este caso, que si bien no es el nuevo James Dean, tampoco es un desastre. Tommy sí lo es. Se viste mal, habla mal, no entiende la mayoría de las cosas que a todo el mundo le parecen obvias y deja mucho que desear en todos los aspectos de su persona. Pero tiene una meta. Un sueño. Y nada lo detendrá hasta que lo consiga.
The Disaster Artist funciona porque combina la historia de dos personajes con los que el espectador se identifica casi desde el primer fotograma con lo misteriosamente bizarro que resulta el personaje de Tommy, interpretado por un James Franco que consigue la mejor actuación de su carrera. Porque cuando llevamos un buen rato queriendo que a estos dos muchachos les vaya bien mientras secretamente sabemos que sus posibilidades de triunfo en Hollywood son inferiores a las de Islandia de ganar el mundial, la película toma un inesperado giro cuando de la nada Tommy se plantea (y materializa) la idea de filmar una película propia con un presupuesto similar al que manejan las grandes productoras hollywoodenses. ¿Cómo es que un actor fracasado, con problemas sociales y psicológicos violentamente palpables y que en la mayoría de los contextos podría ser perfectamente confundido con un vagabundo sin oficio ni beneficio puede autofinanciar su propia película? Y lo más desconcertante ¿cómo es que tiene a su disposición un nutrido grupo de técnicos y actores que hacen todo lo que él les dice?
Una sucesión de hechos orientados a un resultado que ni sus propios protagonistas jamás creyeron posible mientras trabajaban para lograrlo conforman la trama de esta historia verídica que por su carácter bizarro, ridículamente utópico y fuera de los parámetros de cualquier tipo de racionalidad es que resulta tan real y auténtica.