Hay ciertos rituales que practicamos los amantes del cine y uno de ellos es la loca manía de intentar clasificar la historia del séptimo arte en listas que signifiquen el valor de ciertos filmes a lo largo de estos 120 años arte. Todos los años se repite como un culto fetichista el acto de elegir cuál es la mejor película de la historia, puesto que casi siempre alcanza El Ciudadano (1941) de Orson Welles, aunque cada tanto Vértigo (1958) de Alfred Hitchcock le patea el tablero y se queda con ese lugar.
Pero lo más divertido es que no termina esto con homenajear la genialidad de algunos pocos directores, sino que también se rinde culto al mundo opuesto. Así se pone en otro podio a esos que la sociedad cataloga como carentes de talento. Al punto tal que se crea una subcultura que idolatra el lado B de la genialidad, donde el llamado peor director por unos es reconocido por otros como “el otro genio” el que representa el culto a la fealdad, la imperfección o más bien la absurdidad estética.
Desde ese canon y con una actitud transgresora hacia los cánones estéticos de lo bello y lo bueno se eligen las peores cintas de la historia, listado que encabeza desde hace décadas Plan 9 del espacio sideral (1959) de Ed Wood y al que se le suman otras películas más recientes.
Todo esto nos lleva hasta The room (2003) de Tommy Wiseau – el filme que inspira a la película que hoy nos compete – obra que ocupa desde hace años un lugar de privilegio en el podio de las peores creaciones del mundo cinematográfico.
The Disaster Artist es un filme sobre la creación cinematográfica, pues esta comedia absurda narra esa parte de la vida de Tommy Wiseau, como nace el proyecto de The room, su filmación y su posterior estreno. James Franco dirige esta paródica reconstrucción con una mirada humorística donde ironiza sobre los personajes y sus características, sobre la forma de abordar la idea de hacer arte a la hora de crear un película, donde se ríe de las desventuras de un desopilante rodaje y de la estética kitsch sobre una cinta que quería ser seria y termina termina ocupando un puesto destacado en la Clase B, al tope de lo bizarro.
Pero parodiar a The room no es el gran logro de este filme sino la mirada amorosa que Franco pone sobre su protagonista (él mismo interpreta al enigmático Tommy Wiseau), una mirada que no se posa desde las alturas, ni desde la soberbia irónica, sino que es una mirada de pares, un director que mira a otro como un par, de igual a igual, por decirlo de alguna manera. Y por eso es que el uso del humor se abre como una herramienta para hablar de otras cosas más complejas, como los prejuicios sobre qué es ser mediocre o ser genio y qué significa el fracaso o el éxito.
The Disaster Artist es una película simple, pequeña por un lado pero amplia por otro, generosa, podríamos decir. Ya que es noble a la hora de hablar del cine, y de abordar al cine dentro del cine. Pone en la mesa simpáticas complicidades con el espectador con sus múltiples guiños que van desde cameos de conocidos directores y actores (Zac Eforn, Sharon Stone, Judd Appatow, etc) hasta situaciones que son emblemáticas a la hora de hablar sobre cómo funciona ese universo vinculado a llevar a cabo un filme.
Es un detalle esencial para el espectador no levantarse la butaca hasta el final de los créditos ya que en un juego de doble ventana pone en paralelo escenas de ambas películas a la vez, como si ambas dialogaran en las mismas escenas narradas, una en términos documentales y al otra como ficción de la ficción.
Risas muchas y ante todo un amoroso homenaje al cine, donde no solo los grandes maestros tienen lugar en la memoria de los pueblos.
Por Victoria Leven
@victorialeven