Vitalidad que se pierde
1995: hay varios por ahí que hablan de un buen corto con un apéndice denso colgando; de un buen inicio con una película yunque que lo aplasta. Ese arranque de más de veinte minutos tampoco es la gloria, pero es cierto que tiene una simpleza y una convicción narrativa que atrapa; independientemente de lo trillado que es, se percibe vida propia. Las referencias incluso son diferentes a las del largo que viene atado: en ese principio está la cabaña aislada, hay un demonio bello y fosilizado, hay dinámica de grupo en una aventura en la nieve, todos elementos que dialogan con películas que queremos y aunque todo sea medio choto se presta para el goce; incluso esa chotez que parece teñir a los personajes y sus acciones la hace una (mini) película menos conservadora que el largo yunque que se viene. ¿Por qué? Porque lo que se viene tiene el peso de la ambición de alguien que pareciera necesitar algo más que prestar la película para ese goce primitivo del inicio. Lo que se viene necesita citar a Friedrich Nietzsche, generar una trama enrevesada, hacer una crítica a los cultos y a la religión y poner la vitalidad narrativa en pausa o al menos en un par de marchas menos para darle paso a la -spoiler alert- aburrida solemnidad. En el inicio se anticipa esta jugada maldita, uno de los cuatro que está en la mencionada aventura en medio de la tormenta de nieve es un flaco que se quiso matar (hay un plano cortito de sus muñecas mancilladas). Alerta del psicologismo venidero.
2018: el protagonista es James Lasombra (James Badge Dale), un ex cana que busca a una chica perdida -Amanda (Sasha Frolova)- y que por los flashbacks sabemos que perdió a su familia y por sus visitas al baño sabemos que toma antidepresivos. Amanda se metió en una secta que en la superficie es el creepypasta del Slenderman de los millennials, o el Hombre de la Bolsa de los más jovatos. La película será por un lado la búsqueda frenética de Amanda (ni a lo Polanski y ni siquiera a lo Luc Besson), y por otro la representación en términos fantásticos de la culpa que le hace picar el cerebro al ex policía y por la que se volvió un borracho de los tristes (para que el boogie man aparezca hay que nombrarlo varias veces como a Candyman y soplar una botella… claro, vacía). Toda la historia que se desarrolla en este presente que es el 2018, es una contracara de aquel prólogo fechado en el 95. Lo estridente de la nieve y los aspectos lúdicos mutan en un thriller de contrastes neo noir (Lasombra, sí), en la seriedad de unos diálogos imposibles, en una puesta en escena más conservadora aún, de raccords prolijos y casi robóticos, y en unas actuaciones que son malas pero no tanto como para dar la vuelta y volver a ser buenas. The Empty Man (2020) está hecha con pulso débil, está cuidada, caminando sobre vidrio molido pero tratando de no hacer ruido, le falta más de la vitalidad del principio y de la locura del final, si es que quiere que pisemos el palito, incluso a propósito.