EL VASO MEDIO VACÍO
En buena medida por la pandemia del coronavirus, pero también por su propio planteo y su elenco con pocas estrellas, Empty Man: el mensajero del último día estuvo casi desde el vamos a pasar desapercibida. Pero por esas cosas del circuito de distribución y exhibición en la Argentina, que se han visto potenciadas a partir de la pandemia del coronavirus y la cuarentena, termina llegando a unos pocos cines. Eso no deja de ser una rareza interesante, por más que estemos ante un film que se estira demasiado y termina desperdiciando buena parte de sus méritos iniciales.
Basada en una novela gráfica de Cullen Bunn publicada por Boom! Studios, la película de David Prior tiene unos primeros veinte minutos tan inquietantes como atractivos. Sin explayarse demasiado, hay cuatro excursionistas paseando por las montañas de Bután en 1995, un extraño accidente, sucesos cada vez más extraños y un desenlace entre tétrico e inexplicable. Luego se da un brusco salto temporal y espacial hasta el 2018, en Missouri, y el film pasa a centrarse en James Lasombra (James Badge Dale), un ex policía en estado entre aislado y depresivo tras la muerte de su esposa y su hijo, que comienza a investigar la desaparición de la hija de una amiga. Si ya el caso luce desde el principio extremadamente raro, todo eso se potencia cuando empiezan a aparecer cadáveres de compañeros de la chica desaparecida y detrás de los hechos surgen las huellas de un culto que busca convocar a una entidad sobrenatural llamada “The Empty Man” (“El Hombre Vacío”), que proviene de una dimensión paralela capaz de romper con las barreras de la realidad tal como la conocemos.
Hasta entrada la primera hora, Prior parece tener en perfecto control lo que está narrando, a tal punto que se permite manejar los tiempos de forma pausada sin resignar tensión. Hay de hecho un par de secuencias donde el suspenso se expresa de forma sólida a través de la mirada, el sonido y algunas sombras, y un largo pasaje en una especie de campamento abandonado en la que conviven climas alucinatorios y desestabilizadores. A eso hay que sumarle una breve aparición del siempre efectivo Stephen Root como una especie de gurú que brinda una críptica explicación seudo filosófica que podría ser sumamente irritante si no fuera que logra potenciar la sensación de falta de certezas. Es que precisamente ahí está el fuerte de Empty Man: el mensajero del último día en su primera mitad: las explicaciones que suman interrogantes en vez de suprimirlos, a lo que se suma esa fascinación que suelen generar los cultos con metas poco claras.
Sin embargo, ya en su segunda parte, el film debe resolver los enigmas planteados y lo hace de la peor manera: aplicando vueltas de tuerca que se ven venir a la distancia, redundando en explicaciones y acumulando algunas escenas filmadas y montadas bastante perezosamente. Así desperdicia gran parte de los méritos acumulados previamente, ya que despoja a su estructura narrativa y su puesta en escena de toda sofisticación, llevando incluso. Incluso da la sensación de que Prior se hubiera ido a su casa en la mitad del rodaje o cuando todavía estaban en pleno proceso del montaje. De ahí que los minutos finales de Empty Man: el mensajero del último día, previsibles y un poco torpes en su pretendida astucia, pesen más que los atractivos minutos previos. En el balance general, se impone la sensación del vaso medio vacío por sobre la del vaso medio lleno, en un conjunto indudablemente desparejo.