Susurros de resistencia
Tras una distribución convulsionada por la compra de 20th Century Fox y la pandemia, la ópera prima de David Prior, además de ser una valiosa propuesta, representa una conveniente casualidad en el ansiado retorno de los cines.
Hay varias cuestiones en The Empty Man: el mensajero del último día que implican una interesante anomalía en tiempos caracterizados por constantes cambios y, por ende, la incertidumbre que los mismos generan. Hay un hecho, al menos por ahora, ineludible: los cines reabrieron sus puertas. Como primera pregunta, cabría pensar si el tan ansiado retorno se consumó con el esplendor que merece, y aunque muchos podrían estar cegados por la emoción, existen pocas dudas de que la reapertura carece de cualquier tipo de majestuosidad; el debut de atípicos protocolos dentro de una sala, la desfasada cartelera y la consolidación de nuevas tendencias de consumo, entre otras yerbas. Sin embargo, las casualidades han ubicado a The Empty Man como una de las pocas opciones disponibles en la pantalla grande, y todas sus extrañezas (más allá del instalado “resultado final” que pueda debatirse) son un significativo estímulo para quienes lamenten esta “nueva” crisis del cine.
La historia (basada en la novela gráfica del mismo nombre de Cullen Bunn y Vanesa R. Del Rey) sigue a James Lasombra (James BadGe Dale), un policía retirado que comienza a investigar la desaparición de unos adolescentes, la cual estaría relacionada a una antigua y maligna entidad.
El primer acierto a destacar es que mientras la película se “vende” con los típicos elementos del género de horror, la lograda introducción de la historia deja en claro que la ejecución dista por completo de las reiteradas propuestas provenientes de referentes como James Wan, donde el jump scare se fuerza hasta el hartazgo y también de la solemnidad y el virtuosismo latente en varias de las producciones de género distribuidas por A24. Aquí, el desarrollo se desenvuelve a través del género policial (pueden encontrarse reminiscencias a Seven, de David Fincher, con quien Prior trabajó detrás de cámara en Zodíaco o La chica del dragón tatuado) y enfatiza en la progresiva construcción de una creepypasta nutrida por elementos de la cultura tibetana.
Sin embargo, hay factores identificables que irrumpen, siempre con diversos resultados, contra las habituales variantes del género. Desde sentidos explícitos o referenciales, la extensa duración de casi dos horas y media concede el primer indicio de extrañeza frente al tipo de propuesta. Y aclaramos que el primero, porque definitivamente hay varios. El protagonista James Lasombra, al que rápidamente podría encasillarse en el rol de antihéroe con reconocidas características como el alcoholismo o el trauma, se desenvuelve constantemente en un marco de heterogeneidad, donde lo plano de su personaje alterna con la imprevisibilidad de sus desopilantes reacciones que, amén de no ser funcionales al argumento, consolidan la intención de brindar cierto marco de ridiculez en la oscuridad del conflicto. Porque, sin dudas, nadie puede enmarcar en un esquema determinado a priori a un protagonista apellidado “Lasombra”.
No estamos ante la imponente presencia física de Candyman o ante la fantasmagórica perversión de Samara Morgan (The Ring) de modo que, obviamente, tampoco estamos frente a los desarrollos convencionales de ese tipo de propuestas. Y es en ese punto donde The Empty Man encuentra otro punto a favor, ya que en ningún momento deja de ser consciente de ello. Tanto la amenaza latente como el protagonista a cargo de combatirla conviven en un universo concreto que, amén de las obvias referencias, es autónomo.
En definitiva, es probable que ese “resultado final” del que tanto se habla, como si una película fuera únicamente el resultado positivo o negativo de un conjunto de decisiones que alternan entre el acierto y la equivocación, no sea del agrado de la mayoría del público, especialmente teniéndose en cuenta el tercer acto de la historia, donde la fusión de lo onírico y la sobre explicación del misterio incompatibilizan decididamente. No obstante, cada extrañeza de The Empty Man revaloriza su circunstancia, que la ubica en una débil cartelera tras casi un año de cierre absoluto de los cines. Porque tanto sus antecedentes forzosos, como ser víctima del abrumador atropello de la hegemonía Disney o de una pandemia mundial, y sus sentidos intencionales, repletos de riesgo crítico y comercial, la convierten en una pieza que susurra, al igual que la temible identidad que titula la película, un propósito sumamente claro: resistencia.
*Review de Ignacio Rapari.