Matar para vivir
Richard “The Iceman” Kuklinski fue uno de los asesinos a sueldo más “prolíficos” y sanguinarios de la mafia estadounidense. Durante 20 años (desde mediados de la década del ’60 hasta mediados de los ’80) mató a unas 200 personas, desde pequeños estafadores o deudores hasta varios gangsters de primera línea.
Si bien su vida ya había inspirado libros y documentales, el director israelí Ariel Vromen concretó una ficción sobre este hombre de familia polaca (interpretado por el gran Michael Shannon) capaz de liquidar a sangre fría, de la manera más brutal, y, a la vez, de ser un marido y padre modelo. De hecho, su esposa, sus dos hijas y varios de sus amigos y vecinos no sabían nada de su “doble vida” cuando confesó sus aberrantes crímenes.
El film, por supuesto, genera inmediatas comparaciones con Buenos muchachos, Los Soprano y, sobre todo, con los primeros trabajos de James Gray (Cuestión de sangre, La traición, Los dueños de la noche), pero Vromen le imprime un sello propio que lo distingue de los Coppola o los Scorsese, aunque tampoco lo lleva a brillar.
Estamos ante un thriller correcto -por momentos algo abrumador porque acumula situaciones, pero no siempre logra crecer en intensidad- sostenido por un Shannon que -gracias al cine de Jeff Nichols (Shotgun Stories, Atormentado/Take Shelter y Mud- dejó de ser un eterno secundario para convertirse en una máscara tan desoladora como conmovedora cuando deja aflorar esos brotes de ira o amor. Por él, por la recuperada Winona, por los buenos aportes en papeles secundarios (algunos casi cameos) de figuras como Ray Liotta (el jefe de Kuklinski), Chris Evans, David Schwimmer, James Franco y Stephen Dorff; y por la solvencia formal de Vroman, The Iceman resulta una más que digna alternativa.