Hubo un tiempo en el cine estadounidense en el cual películas como The Iceman solían hacerse con notable maestría. Y no era necesario convocar a los grandes nombres, a los directores de primerísima línea. Había algo en el ambiente -un saber de época- que combinaba la herencia clásica con una condición irrevocablemente contemporánea: el cine de los setenta fue una época de especial solidez en la narrativa, con numerosos ejemplos de destacables acercamientos cinematográficos a una sociedad en crisis. The Iceman transcurre en parte allí (la acción abarca desde los sesenta hasta los ochenta) y orienta su búsqueda estética hacia el cine de esos años para contar la vida de un asesino a sueldo de Nueva Jersey, especialmente frío (de ahí el título, El hombre de hielo), llamado Richard Kuklinski, un hombretón gigante y parco de origen polaco.
La película cuenta su vida criminal y pivotea también sobre su vida de pareja y familiar. En cuanto a su vida laboral, su ascenso como contratado por la mafia y sus vaivenes (hoy un juramento, mañana una traición, o dos), la película tiene una bienvenida sobriedad incluso en los momentos más cruentos y revulsivos: se ven cadáveres congelados y desmembrados y bastante sangre, pero no hay excesivo regodeo.
Los fragmentos familiares son mucho menos logrados: son más obvios, lucen más necesitados de un verosímil que no tiene tiempo de desarrollarse y se ven notoriamente afectados por una de las actuaciones menos convincentes que se recuerden de Winona Ryder, que distrae constantemente con un chirriante énfasis en la mirada y en la expresión de su boca.
Richard Kuklinski está interpretado por Michael Shannon (el malo de El h ombre de acero) que aprovecha perfectamente su 1,92 m de estatura y su rostro cadavérico y macizo para hacer creíble su personaje. Cuando Kuklinski procede en su raid criminal, la película se acerca al espíritu del cine de los setenta que intenta convocar: relato seco, sin adornos, en el que reverbera la violencia de una sociedad en crisis. Cuando está con su familia -que ignora cuál es su trabajo- la película, como se dijo, se ve dañada. En el resto del elenco, con varios nombres conocidos, se repite lo desparejo: el eficaz y tenso Ray Liotta (claro, como mafioso), pero también la comicidad involuntaria de David Schwimmer (Ross de Friends ) con un aspecto imposible (bigotón, equipo de gimnasia y pelo largo) y un tono de voz farsesco.
La presencia de James Franco en un cameo es otro elemento que distrae, que no ayuda a cohesionar la película prometida y lograda a medias desde el ambiente y el personaje principal. Esos que parecen añorar épocas en que estas pinturas desesperanzadas podían encontrar una visión y una industria que las abordaran con menor dispersión y mayor filo.