Pecho Frío
“Míralo. El maldito es frío como hielo. Vamos, debes sentir algo por alguien”, le dice Roy DeMeo (Ray Liotta haciendo, sí, otra vez, de mafioso) a Richard Kuklinski (el siempre intenso Michael Shannon). Es que Ritchie es imperturbable cuando de trabajo se trata, y su trabajo consiste en matar gente por encargo, de ahí su bien merecido apodo. Pero nuestro asesino a sueldo tiene sentimientos, al menos para con su familia. E incluso tiene códigos: no mata niños o mujeres. Y es leal a su empleador y amigos, al menos hasta que se sienta traicionado. Entonces, este hombre, ¿es frío o no? Esta última pregunta también se puede aplicar a The Iceman.
Ariel Vromen moldea una película scorsesiana en forma y contenido (Goodfellas, en particular), jugando con el mismo tipo de elipsis temporal, abrevando en el nuevo cine norteamericano de los setenta, aquel de De Palma, Coppola, Friedkin y el ya mencionado Scorsese, donde la violencia seca, parca, era una marca de estilo y no un regodeo gratuito, donde los personajes de moral ambigua eran retratados solapadamente. Pero esto no quiere decir que aquel cine fuera frío, todo lo contrario, eran películas calientes, viscerales y, sobretodo, estaban vivas. The Iceman retoma aquel espíritu (inclusive transcurre entre la década del sesenta y la del ochenta) pero se queda en medianías, propone seguir el derrotero de Ritchie, su ascenso y caída como sicario dentro del mundo del hampa, y sin embargo elige mostrar su costado más “amable”, su vida familiar y algún breve flashback que pudiera dar a entender los móviles psicológicos del matón, debilitando los puntos fuertes del argumento. En este sentido, quizás, The Iceman se empariente más con Chopper (Andrew Dominik, 2000) o Bronson (Nicolas Winding Refn, 2008), donde el submundo del crimen sirve de contexto para describir a un sociópata (dice Wikipedia al respecto: “la sociopatía (…) deriva en que las personas que la padecen pierden la noción de la importancia de las normas sociales, como son las leyes y los derechos individuales. (…) Se estima que los síntomas y características vienen desarrollándose desde la adolescencia (…). Es común que se confunda (…) con otras patologías de la misma clase, como podrían ser la conducta criminal, la antisocial o la psicopatía.”). No es casualidad que en todas estas películas las historias de estos individuos retratados estén basadas en hechos reales. Ahora, este detalle, en lugar de sumar, resta, ya que lo sobreentendido se hace explícito, perdiendo en potencia y subrayando lo obvio.
De más está decir que Michael Shannon es uno de los rostros más particulares del cine norteamericano actual. Con una mirada inescrutable, esos ojos impenetrables que irradian fuego y su metro noventa bordeando la locura, siempre está punto del sobresalto, de la explosión, pero también, es justo decirlo, sabe contenerse a tiempo. Vromen aprovecha esta cualidad y la utiliza, convirtiéndola en el caballito de batalla de la película, ya que los papeles secundarios pecan de flojos o de mal elegidos. Por caso, David Schwimmer (sí, ¡Ross de Friends!) como un tonto matón que pone a todos en problemas, o James Franco en un breve cameo que más que ser funcional a la trama distrae y obstruye el avance de la historia. Sin mencionar a Winona Ryder, a años luz de sus mejores interpretaciones, o Chris Evans (sí, ¡el Capitán América!) como otro sicario despiadado.
Finalmente, The Iceman falla, aunque tiene un arranque potente y una premisa interesante, sumada a una más que correcta ambientación de época y un montaje clásico que bien predisponen al espectador. Pero tanto quiere hacerse pasar por una película del setenta que da como resultado, indefectiblemente, otro film sintomático de esta época: un artefacto retro sin vida, frío, inerte. Como esos cadáveres congelados que guardan Ritchie y Mr. Freezy en ese depósito desvencijado.