Yo era un hombre bueno
Cuenta la historia oficial que Richard Kuklinski -The Iceman- fue un asesino despiadado que mató a más de cien personas, entre los años sesentas y 1986. Cuando lo detuvieron -y ahí culminó su raid criminal- su esposa y sus hijas desconocían las actividades que llevaba adelante el padre de familia. Pero no hablamos del típico asesino serial de la cultura norteamericana que ha explotado el cine, sino más bien de un hombre de negocios: alguien que hace lo que hace para sostener precisamente ese estatus que demanda la vida familiar, y que básicamente es el mejor en lo suyo: cortar pescuezos, clavar cuchillos, balear gente, asfixiar, descuartizar, todo para la mafia o por fuera. The Iceman, el film de Ariel Vromen, es entonces la descripción de un mundo de éxito social, de encumbramiento económico y de doble vida perverso, con posterior descenso. No deja de ser encantador, en este sentido, que Kuklinski encubriera sus acciones hacia su entorno como negocios vinculados con el intercambio de divisas: es que la carroña del mundo del capital está más aceptada que la de andar matando gente por ahí.
The Iceman se sostiene sobre dos pilares fundamentales: por un lado la propia sobriedad del director, que se aleja del sensacionalismo en el que hubiera caído otro realizador al regodearse con los varios cadáveres congelados y “faenados” que se ven por ahí, y que recurre a la violencia como un crescendo dramático, en secuencias de montaje que se parecen mucho al propio ascenso del protagonista; hay un sentido práctico en cómo Vromen maneja los momentos de tensión, alejándose del suspenso habitual y haciendo tangible ese mundo de deudas que se pagan con sangre. Y por el otro lado, la película vive -aún cuando por momentos se vuelva bastante intrascendente o fragmentada- gracias a la gran actuación de Michael Shannon. El actor -al que actualmente vemos en la notable serie Boardwalk Empire- suele ser dueño de una intensidad un poco nociva para cualquier película que le pongan delante. Sin embargo, aquí está contenido por la mano del director y también llega a un grado muy interesante de compenetración con el personaje: su rostro no es el rostro de un asesino despiadado y frío, sino el de un tipo que hace un trabajo peculiar, inconfesable, imposible de combinar con sus acciones de buen padre y esposo, pero que no comprende la real dimensión de esa incompatibilidad. Cuando finalmente lo capturen y consulten sobre sus acciones: él dirá que hacía todo por su familia. Así nomás, como quien labura en un taller mecánico.
Es verdad también que más allá de la sobriedad expositiva setentista del director y de la gran actuación de Shannon, The Iceman no tiene mucho más para ofrecer. El film no se diferencia mucho de otras películas del estilo, tipo Donnie Brasco, que cuentan historias dramáticas de gángsters poco glamorosos, alejándose del noir clásico o del romanticismo operístico del Coppola de El padrino. La película recorre la vida de Kuklinski, puntúa algunos eventos de su historia, todo un poco fragmentado y sin lograr construir personajes por fuera del protagonista (aparecen Winona Ryder, Ray Liotta, David Schwimmer, Chris Evans, Elias Koteas, Stephen Dorff, James Franco, Robert Davi, pero sus personajes no son más que esbozos, estereotipos que logran una rápida identificación con el espectador). La decisión más sabia por fuera de esto es la de poner en pantalla el año donde ocurren las cosas, para luego ir abandonando ese detalle a medida que avanza el film: en un momento comprendemos que estamos en los 80’s pero ninguna escritura nos avisa de eso. Así, la película identifica la espiral de violencia en la que Kuklinski se introduce, se mezcla en ella, se confunde y nos dice que no hay forma de escapar. La única es -como The Iceman- perdiendo progresivamente la capacidad de comprender.