Líderes y fanáticos en filme intenso y sensible
Las criaturas de Paul Thomas Anderson son intensas. Van hasta el fondo. Sus filmes no buscan la emoción, quieren atrapar cierta verdad esencial. Es un cine confuso, algo extravagante, pero audaz y exigente. “The Master” se apoya en dos personajes que se complementan, se necesitan, chocan y se atraen: Freddie el soldado que vuelve de la guerra, un tipo desquiciado, perdido que transmite puro desamparo; y el profesor Lancaster, una figura inspirada en L. Ron Hubbard, creador de la Cienciología, un manipulador que lo usa y también lo quiere, que lo necesita para poner a prueba su método, pero que también le ofrece a ese náufrago la promesa de una isla salvadora que al menos lo contenga y le dé algún sentido a su vida. Anderson filma con todas las ganas. Sus primeros planos, sus diálogos, esas entrevistas reveladoras, dejan asomar el alma de sus criaturas y compensan por algunos lunares: narración a veces deshilachada, falta de progresión, altibajos. “The Master” habla de la falsa prédica de tantos salvadores, de la dependencia emocional, de líderes aprovechadores, de reencarnaciones y seguidores fanáticos y de un movimiento que se pasea entre la psicología, la religión y la autoayuda. Pero lo que valen son los personajes. Lo de Joaquin Phoenix (sin duda merecía el Oscar) conmueve. No hay un plano ni una pose ni una mirada que no transmita temor, confusión, desamparo, incertidumbre. El filme se sostiene en ese Freddie que no puede sostenerse, que le hace el amor a una mujer de arena y bebe cócteles explosivos, un extranjero en un mundo que lo rechaza, un desequilibrado que sólo tiene un recuerdo de juventud para darle un poco de sentido a esa vida sin deseos.