Un film excelente con destino de clásico
T he Master , como todas las películas de Paul Thomas Anderson, permanece en la memoria mucho tiempo después de que se encienden las luces de la sala. Podrá gustar más o menos, pero el cine del director de Boogie Nights: Noches de placer , Magnolia y Petróleo sangriento está hecho para perdurar y trascender. En una industria como la de Hollywood, que realiza tantos productos efímeros, la existencia de un autor tan estimulante, audaz, provocativo y, si se quiere, hasta megalómano resulta una bienvenida anomalía.
No es The Master una película fácil, pero es una gran película. Concebido a contramano de la demagogia y la superficialidad que dominan al cine contemporáneo (no es fácil empatizar con sus protagonistas), este film propone un implacable y demoledor ensayo sobre la manipulación psicológica, la dependencia emocional y las más profundas miserias humanas.
El protagonista es Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un tosco marino dominado por el alcoholismo, la obsesión sexual, la desesperación, el dolor y la angustia existencial que, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, profundiza su derrumbe hasta que cae en manos de Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), el Maestro del título (personaje inspirado en L. Ron Hubbard, fundador de la controvertida Iglesia de la Cienciología) y opuesto complementario de aquella alma en pena: un líder brillante, seductor y carismático de esos capaces de encandilar y someter a sus seguidores.
El film -ambientado en los años 50, esa época de posguerra en la que se cimentó el sueño americano- se centra en la relación de dependencia, de atracción mutua entre estos hombres tan disímiles (en todo sentido) entre sí. Freddie encuentra cobijo y protección, casi una familia adoptiva, mientras que Dodd tiene el cobayo ideal para desplegar sus técnicas experimentales, desarrollar sus investigaciones y aplicar su doctrina.
La película puede resultar un poco árida por momentos, algo caótica en otros (el director prescinde de una evolución dramática tradicional), pero nunca deja de fascinar y atrapar. Es que The Master tiene tres pilares para sostenerse en las alturas: la inteligencia como guionista y el virtuosismo como narrador de Anderson y las descomunales actuaciones, pletóricas de matices (del intimismo a la grandilocuencia), de la dupla Joaquin Phoenix-Philip Seymour Hoffman, muy bien acompañada por una Amy Adams (Peggy, la esposa de Dodd) que en pocas escenas y desde las sombras se convierte en un personaje decisivo.
Trágica y cómica, bella, amarga y desgarradora a la vez, The Master constituye una experiencia que exige (y merece) una activa participación del espectador. Paul Thomas Anderson entrega una película inasible, fragmentaria, pero con unos cuantos pasajes en los que aflora el gran cine (como el interrogatorio resuelto a puro primer plano), esos momentos sublimes que lo convierten en un film con destino de clásico.