Un mundo misterioso
Unos días después de la ceremonia del Oscar, donde no obtuvo ningún premio pese a sus tres nominaciones, se estrena en la Argentina THE MASTER, la nueva película de Paul Thomas Anderson, el celebrado director de BOOGIE NIGHTS, MAGNOLIA, EMBRIAGADO DE AMOR y PETROLEO SANGRIENTO. Es una de las grandes y originales películas de los últimos años. Aquí, la crítica del filme protagonizado por Joaquin Phoenix, Philip Seymour Hoffman y Amy Adams.
Un hombre que después de la Segunda Guerra Mundial vuelve a los Estados Unidos convertido en una suerte de bolsa de residuos físicos y mentales, y un gurú/profeta/charlatán que lo acoge en su bizarro Club Med de autoayuda son los protagonistas de esta historia centrada en un encuentro que es también un choque, el del maestro y su discípulo, el del curandero -el místico, el inventor, el chamán, el chanta- que se topa en su camino con el sujeto perfecto para su investigación sobre el ser humano: un hombre convertido en puro impulso bestial.
Freddie Quell (Joaquin Phoenix) es ese hombre: un obseso sexual, alcohólico y violento –bebe unos potentísimos brebajes que él mismo prepara y que incluyen hasta removedor de pinturas-, es una madeja de tics y nervios a punto de explotar. Camina con el cuerpo encorvado y mira con una intensidad que da miedo, pero sobre todo parece una bestia perdida, un animal fuera de su hábitat natural. O de su zoológico…
En su regreso a los Estados Unidos y tras ser echado de un trabajo como fotógrafo en una tienda de departamentos tras golpear sin motivo aparente a un cliente, Freddie termina trabajando en una granja donde se mete en problemas aún peores ya que uno de sus brebajes envenena a uno de los inmigrantes que trabajan allí y debe huir, literalmente, campo traviesa.
Freddie terminará escondiéndose en un barco que funciona como sede ambulante de La Causa, una suerte de secta filosófico-mística liderada por un hombre, Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), que queda encantado con las potentes bebidas que prepara Freddie y lo suma al grupo que viaja en esa especie de Crucero Curativo. Al conocerlo un poco más, Lancaster descubrirá que el sujeto es perfecto para esa especie de terapia de vidas pasadas que él llama “Processing” y lo tomará casi de “conejillo de Indias” y discípulo en su gira mágica y misteriosa por los Estados Unidos.
THE MASTER, de Paul Thomas Anderson, es por un lado una exploración intensa y enrarecida de esa relación y, por otro, una mirada a otra etapa fundacional de los Estados Unidos, la posguerra, pero en su lado más oscuro y tenebroso, en el que las consecuencias de las batallas se mezclan con los traumas familiares creando una especie de retrato de una “extraña América” de seres dañados: violentos, charlatanes, tramposos, gurúes de salón, encantadores de serpientes, maniáticos sexuales y alcohólicos irredimibles.
Formalmente impecable y narrativamente extrañísima, filmada en impactantes 65mm., THE MASTER es una película única, que intenta remedar el estilo de épica íntima del Hollywood de los ’50 (entre GIGANTE, de George Stevens y el cine de Douglas Sirk), con una dupla actoral que busca triplicar la apuesta maníaca de intérpretes del Actors Studio de esa época como James Dean o Montgomery Clift (en el caso Phoenix) o, en el caso Hoffman, más cerca de Orson Welles. Como si fuera una curiosa secuela de PETROLEO SANGRIENTO, el director vuelve a crear una tensa relación metafórica de padre e hijo –o maestro/alumno- en la que política, la religión, la psicología y hasta la historia misma de un país se ponen en discusión.
Y esa discusión no parece ser otra que la de cuestionar el realismo psicologista que organiza buena parte de la cultura norteamericana. Estas criaturas (reales y ficcionales) salen a la búsqueda de una verdad que siempre los elude, de una curación que nunca alcanzan, creando una religión en la que “recordar” e “imaginar” parecen ser lo mismo, y en la que los procesos de autoayuda no funcionarían del todo bien. Como en EMBRIAGADO DE AMOR -primera parte de una trilogía-ensayo sobre “la furia humana”-, cuando el cerebro está por explotar resulta difícil distinguir entre realidad o ficción.
En paralelo, PTA crea un mundo misterioso que se va enrareciendo cada vez más narrativamente, con secuencias que pueden ser -o no- sueños/pesadillas y situaciones que no son fácilmente explicables de manera lógica. De a poco y sutilmente, ayudado por la música siempre discordante de Jonny Greenwood combinada con standards de la época como “Get Thee Behind Me Satan” o “(I’d Like to Get You on a) Slow Boat to China”, PTA nos va metiendo en un universo más cercano al de un David Lynch, y ya no sabemos si lo que vemos no es otra cossa que el producto de la mente arruinada por el jugo de kerosene que beben sus protagonistas.
Las referencias cinéfilas son muchísimas, desde las escenas de entrevistas a los veteranos de guerra que son calcadas del documental LET THERE BE LIGHT, de John Huston, hasta momentos específicos de los personajes que parecen sacados de películas de Nicholas Ray como BIGGER THAN LIFE o REBELDE SIN CAUSA. Esas erupciones insensatas de violencia que llevan a fracturar la relación entre Lancaster y Freddie tienen una intensidad que asusta: por momentos parece que Phoenix no tuviera control de sus actos y golpea a otros, a objetos o a sí mismo con una violencia inusitada. Una escena en una celda a la que alumno y maestro van a parar tras violentarse con alguien que pone en duda las enseñanzas de La Causa (motivo permanente de esas erupciones de agresión que hacen de Freddie una especie de perro guardián del grupo) es particularmente shockeante.
El filme está lleno de esos momentos actorales pasados de rosca que se veían en PETROLEO SANGRIENTO: las sesiones terapéuticas entre ambos son casi un duelo a muerte, los ejercicios de Freddie tienen crescendos dramáticos insoportables y su relación con Peggy, la esposa de Dodd (Amy Adams) -verdadera mano dura, a lo Lady Macbeth, por detrás de su marido- tiene momentos casi surrealistas, como una escena en la que el color de los ojos de ella cambia. Y la postura física monstruosa de Phoenix está más cerca del expresionismo alemán que de la escuela Strasberg.
PTA parece mirar a aquella “weird America” de los archivos folclóricos, de los grandes novelistas que intentaron abordar el lado misterioso e insondable de su país (de Faulkner a Pynchon pasando por la Beat Generation) o de las impresionistas canciones de Bob Dylan (circa “The Basement Tapes”) y lo hace sin tenerle miedo al ridículo. Su ambición puede ser excesiva (da la sensación de estar creando de a poco su versión del Siglo XX norteamericano, su Gran Novela) pero ese riesgo, ese sistema de ensayo y error, es bienvenido. De las muy buenas películas estadounidenses del 2012 es la única que parece, como sus personajes, atreverse a ir más allá de lo permitido, explorar ambigüedades, asomarse a lo desconocido.
No es una película sobre la Cientología en el sentido estricto. Pero sí lo es, en cierto modo, porque toma una secta similar a aquella para ponerle un espejo deformado a la cultura de la salvación espiritual, de las técnicas de autoayuda y a sus lógicas imposibles. Así, como a un paciente en conversión/tratamiento, THE MASTER va llevando al espectador a ir modificando su percepción de los hechos, como si la película funcionara a la manera de una droga alucinógena, de un antipsicótico o de esas bebidas mezcla nafta y soda cáustica con las que Freddie –y también Lancaster- maltrata lo que queda de su cerebro.
Recordar, imaginar, inventar. Acaso sólo sean diferentes formas para una misma cosa, soluciones de ocasión para problemas irresolubles.