Cree en mí
El realizador de Boogie Nights: Noches de placer (1997), Magnolia (1999), Embriagado de amor (Punch-Drunk Love, 2002) y Petróleo sangriento (There will be blood, 2007), construye con The Master (2012) una película en donde la ambigüedad es central. Grandes labores actorales de Philip Seymour Hoffman, Joaquin Phoenix y Amy Adams.
Freddie es esa clase de soldado de guerra propio de la narrativa de Ernest Hemingway: alcohólico, encorvado, deseoso de una mujer que le quite las tensiones que acarrea. La esperanza palpita en él pero no como un impulso hacia el futuro, sino como un amargo quejido que deja entrever aquello que no fue. En su alrededor la sociedad se instala en un presente menos convulsionado (nos referimos al fin de la Segunda Guerra Mundial), pero algo en él es disonante, pesimista, casi psicótico. Cualidades que un actor como Phoenix puede aunar en una criatura tosca y a la vez querible, ente gravitacional sobre el que se suceden los hechos que narra el film.
Mucho se ha debatido sobre qué es lo que cuenta Anderson, pero resulta evidente que el foco está puesto en los inicios del Cienciología, doctrina religiosa (señalada como secta en más de una ocasión) que muchos conocerán porque tiene entre sus filas al actor Tom Cruise. No es incongruente que Freddie sea un personaje al borde de la animalización y que el Maestro se transforme en su guía. Ambos son emergentes del Desastre (así, con mayúsculas), el perfecto reverso de un mundo que se re-define y que necesita creer en algo. Hasta cuánto Freddie puede creer en lo que ve queda en una nebulosa, como así también hasta cuánto es cálculo en Lancaster Dodd, el Maestro. Un personaje al que Seymour Hoffman (otro tamaño actor) le imprime una ambigüedad enérgica, vibrante, por momentos demencial.
El realizador construye una puesta en donde impera la magnificencia; de hecho, la rodó en el anacrónico formato de 70 mm. Esa construcción grandilocuente se extiende en la predilección por fotografiar grandes espacios (el mar, el desierto) o espacios más reducidos que gracias al uso de lentes devienen enormes, aspecto que transforma a Anderson en el cineasta contemporáneo más emparentado con Stanley Kubrick, otro cineasta “de la ambigüedad”.
Volviendo a los personajes centrales, el acercamiento de estos dos hombres no arroja una tesis (ni positiva, ni negativa, si bien hay algo truculento en cómo se relacionan). Tampoco The Master propone una identificación con alguno de ellos, pero esa indeterminación en el vínculo resulta revulsiva, incómoda y a la vez tierna. Freddie es como una fiera a la que Lancaster intenta domesticar, un conejillo de indias que le sirve para construir La causa. Alrededor de ellos está su propia familia, que tiene como matrona a Peggy (Adams, dejando para siempre su aura a chica Disney), quien ve con desconfianza a la presencia de este nuevo integrante.
Con humor sórdido y sin heroicidad, The Master es proclive a ser pensada como una fábula amarga sobre la fe en la sociedad norteamericana, oscilante entre el pragmatismo y el afán lucrativo. Es, al mismo tiempo, la consagración de un cineasta mayúsculo como Paul Thomas Anderson, quien con el “otro” Anderson (Wes) son hoy en día los directores autorales de Estados Unidos que más ideas proponen y con marcas de estilo más identificables. The Master, en suma, es una película a la altura de sus ambiciones.