Antes de escribir algo sobre The master voy a decir que me sorprende –y hasta me preocupa- que no se haya estrenado en las salas comerciales de Río Cuarto. A primera vista, todos los elementos estaban puestos al servicio de la afluencia del público; un grupo de actores conocidos (Phoenix, Hoffman, Adams), un director popular y con prestigio como Paul Thomas Anderson (Magnolia, Petróleo sangriento) y tres nominaciones a los premios Oscar. Alguien, en algún eslabón de la extensa cadena del mercado, debe haber supuesto que a nadie en Río Cuarto le iba a interesar una película que dura 144 minutos, con una narrativa escurridiza y una temática polémica. Esto me recuerda aquella paradoja fundamental que dice que no hay cine sin espectadores. Una certeza que, además, implica que la única forma de averiguar si a alguien le puede interesar una película es exhibiéndola. El que no lo hace, a pesar de las evidentes probabilidades de éxito, es porque supone tener un conocimiento que otros no tienen ni tendrán nunca.
Un tipo de asimetría similar es la que sustenta la lógica de esta película, posiblemente una de las mejores del año. The master recuerda otras paradojas: no hay maestro sin discípulo, doctor sin enfermo, líder sin grupo. Los primeros ejercen un poder sobre los segundos pero necesitan de estos para existir.
Joaquín Phoenix interpreta a Freddie Quell, un veterano de guerra borracho, desquiciado y salvaje, que anda por el mundo a los tumbos. Su cara es un compendio de tics y sus aficiones son agarrarse a trompadas, masturbarse y tomar un brebaje extraño que incluye diluyente y veneno. Si bien en los primeros minutos la película pareciera proponerlo como el único protagonista, Quell se encuentra con Lancaster Dodd, el personaje interpretado por Phillip Seymour Hoffman. Dodd, que está inspirado en Ron Hubbard, el polémico creador de la Cientología, es un líder carismático que reclutará a Quell para salvarlo de sus problemas.
Paul Thomas Anderson filma a los dos protagonistas como si fueran un tándem y renueva, casi de costado, el eterno vínculo del cine clásico norteamericano: el de padre e hijo. Más que un maestro, distante y autoritario, Dodd impone su poder del modo natural en que lo puede hacer una figura paternal. El director construye a este personaje como el reservorio de un saber que se aleja –estratégicamente- de lo que entendemos como ciencia. Para algunos, en diferentes momentos de la película, será el farsante líder de una secta y para otros una suerte de iluminado.
Una de las grandes virtudes de Anderson como cineasta es que sus personajes podrían ser héroes épicos o tipos macabros pero nunca llegan al extremo, a excepción de Daniel Plainview, el protagonista de Petróleo Sangriento. Son seres que cada tanto, con explosiones periódicas, se revelan como animales contenidos. Dodd, el padre controlador, le puede decir a Quell que es un animal asqueroso pero en la escena siguiente se muestra como un mentor comprensivo y generoso. Para mí está loco, para mí es peligroso, para mí que quiere tener relaciones conmigo, le dicen a Dodd los miembros de su familia. Dodd responde: si nosotros no podemos ayudarlo, si él sigue enfermo, deberíamos preguntarnos qué hacemos mal. Gestos como ese no implican necesariamente que se trate de un personaje bondadoso; hasta los tipos más crueles tienen buenos gestos alguna vez o disimulan por un rato sus perversiones para lograr algo después. Pero ahí está el punto: si rechazamos a Lancaster Dodd no es porque en algún momento de la película se nos revele como un malvado que usa su liderazgo para acostarse con las mujeres de la comunidad o para ganar mucho dinero, sino porque la falsa idea de que alguien pueda ser eternamente superior a otro nos genera una razonable incomodidad.
Algunas críticas vinculan a Anderson con el cine de Kubrick. No sé quién es mejor y quién es peor y tampoco me importa, pero aún así me animo a hacer esta distinción: mientras en Kubrick la cámara está puesta al servicio de los espacios, en Anderson está puesta al servicio de los cuerpos. No es menor que sus actores principales hayan sido Adam Sandler, Phillip Seymour Hoffman, Joaquin Phoenix, Daniel Day Lewis y Tom Cruise. Cada uno de ellos puede ser cerebral por un rato pero Anderson sabe, porque es un gran director, que siempre esconden una enorme combustión animal. The master es una película que impone su libertad formal e ideológica en contra de la lógica embrutecedora de gurúes y maestros. Quizás por eso alguien haya pensado que lo mejor era no programarla: se trata de una película demasiado libre.