Siete impresiones imprecisas
he Master es una gran película ¿The Master es una gran película? La duda quizás tenga que ver con haberla visto hace pocas horas. O quizás con su propia naturaleza. Eso sí, The Master es una película insoslayable de un director insoslayable.
1. The Master tiene una calidad de encuadre y de luz que impactan: hay algo de perdurable en esas imágenes filmadas en 70mm. Aunque en Argentina no se ha estrenado en ese formato, el impacto fotográfico permanece: el color del mar y la moto en el desierto son obvios ejemplos, pero todas las imágenes son de una calidad superior. Los rostros y los cuerpos revelan sus imperfecciones y exhiben una humanidad expansiva, hasta molesta. Hay algo de hipnótico en descubrir cómo Amy Adams ya no es la chica perfecta de Los Muppets y aquí es un personaje que da miedo desde el gesto y desde su ambición, pero también desde su piel.
2. Como en la mayor parte del cine de Paul Thomas Anderson, en The Master se impone una puesta cerebral, que hace chocar las pulsiones y pasiones y violencias de sus personajes que nos interpelan y nos acercan con encuadres y movimientos de cámara y una organización que nos distancia. Quizás la menos distanciada sea su película más scorsesiana, Boogie Nights. En esa película, la familia del porno se peleaba, había mezquindades y problemas, pero de fondo había cierta calidez. La familia, el grupo de The Master, tiene una base fría, hay poco de clan sanguíneo al modo italiano. The Master atrae y expulsa. Y Anderson no señala qué es lo que hay que pensar de este señor líder de “La causa”. La película no tranquiliza nunca: es inestable en muchos aspectos, incluso en qué es sueño o imaginación. Y hasta de quién son los sueños, llegado el caso.
3. Es inestable, pero no confusa. Es una película clara en su exposición. Pero este mundo que expone no se revela fácilmente. Sueños, neurosis, represiones, recuerdos, el pasado y las vidas pasadas. El método del líder místico cientificista ambicioso bondadoso iracundo alcohólico paternal calmo reiterativo esquivo hosco gregario no se condena. Y tampoco se festeja. Sin embargo, puede pensarse que la propia película “extrae” de sus personajes una inestabilidad que parece inducida por los métodos del líder de “La causa”.
4. Y a la vez, todo puede ser también explicado de forma básicamente psicoanalítica. Casi en forma de chiste soez: por el principio y el final de la película (no entro en detalles para no arruinar nada), por la masturbación que se ve al principio y la secuencia del baño del líder y su esposa, por la abundancia de referencias sexuales, puede pensarse que The Master propone que lo que necesitaban estos personajes (y la década) era meramente sexo. Y pensado en décadas: esos cincuenta de apariencia inocentes necesitaban desembocar, acabar en los sesenta.
5. Película dual, hasta geométricamente: los cubos contiguos, las celdas de la cárcel de los dos personajes principales muestran comportamientos disímiles, que derivan en consecuencias muy distintas para los cubos idénticos y que dejarán de serlo en pocos minutos. Esa dualidad, por otra parte, es propuesta desde las actuaciones: Joaquim Phoenix siempre caliente, enojado, a puro estallido; Philip Seymour Hoffman con una variedad apabullante de recursos; Amy Adams con una frialdad quirúrgica, cercana a lo malvado.
6. Película en su primera parte sobre el alcohol, peligroso y embriagante, características que la película parece tener en mayor medida cuando corren esos intrigantes preparados de Freddie. Hernán Schell dice y fundamenta, en su crítica para El Amante, que The Master tiene mucho de Kubrick. Yo suelo tener, en mi catálogo de referencias, a Kubrick obturado. Y quizás por eso pensé en Malick y La delgada línea roja (la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, el recuerdo de la mujer soñada). Tal vez sea una afirmación bajo influencia (es una película embriagante e invita a tomar alcohol), pero quizás no sean tanto influencias como emergencias de “cines pasados”.
7. Obviamente este texto plantea lo poco que plantea para quienes hayan visto la película. Volvamos al principio: sí, hay que verla. Y volvamos al principio. Sí, sin signos de pregunta: es una gran película. De esas que confunden porque, como bien la definió Jaime Pena en Caimán-Cuadernos de cine, está en la frontera de la atonalidad.