Las causas y sus consecuencias
Cada película de Paul Thomas Anderson representa un enorme desafío para todo aquel espectador que busca que el cine lo problematice o inquiete a tal punto de dudar de lo que se está observando en pantalla.
Como si en la textura cinematográfica de cada fresco visual, lo visible o revelado, existiera una capa más profunda e insondable a la que puede llegarse superando el mero formalismo.
Petróleo sangriento es el ejemplo acabado de esta idea al plantear en los parámetros de un drama intenso y con personajes fronterizos la crítica contundente al modelo capitalista, bandera de Los Estados Unidos y estandarte del falso sueño americano que con The master, último opus de este gran director, se derrumba y precipita desde el costado menos visible que no es otro que el humano.
Cómo pasar entonces de la tensión irresuelta de conceptos abstractos como poder, sometimiento, obediencia, odio, amor, fe, religión, culto, seudociencia, dogma, sino a través de la historia de un solo hombre o de un grupo de hombres inmersos en un experimento social que pretende elevarse por encima de los valores intangibles para proponer algo nuevo. Si hablamos del hombre en su constante lucha interna por vencer la animalidad intrínseca para conectarse con algo mucho más elevado y trascendente como el espíritu es imprescindible señalar un contexto histórico o época para comprender las causas y las consecuencias.
La postguerra por ejemplo, escenario donde comienza este viaje iniciático y alucinatorio, significó para el planeta un momento de crisis de valores muy profundo que habilitó la necesidad imperante de unir en vez de continuar fragmentando. Los modelos de pensamiento más radicales vieron en ese momento crítico un terreno fértil en principio en aquellos sobrevivientes y su conflictivo modo de reinserción en un mundo donde la paz y la concordia fueron absolutamente derrotadas y el cinismo y escepticismo superaron con muy poco esfuerzo a la fe o a la esperanza del escape religioso para fusionarse en otras ramas y despabilar conciencias dormidas o masas dóciles que no se atrevían a siquiera preguntarse cuál es el sentido de la vida y qué nos une o separa a los unos de los otros.
La película de Paul Thomas Anderson establece como estructura central la convulsionada y ambigua relación entre un líder carismático, Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), propulsor errante de una filosofía cuestionadora que se enrola a partir de una serie de postulados en algo que se denomina La causa (aquí se debe agregar el dato que este personaje se inspira en el creador de la cienciología) pero que en realidad puede sintetizar conceptualmente la figura de cualquier gurú, que a fuerza de retórica, técnicas de persuasión y adiestramiento cognitivo acapara voluntades de fieles y los somete a verdades que dan respuestas a las angustias existenciales más primarias pero que también cataliza los deseos individuales para transformarlos en metas colectivas bajo la pretensión de una selectividad frente a la masa ignorante que siempre genera una amenaza para los objetivos de la empresa seudoespiritual.
En ese camino de reclutamiento de voluntades débiles o necesitadas de contención se atraviesa Freddie Quell (brillante actuación de Joaquin Phoenix), ex marino alcohólico y capaz de elaborar tragos destilando las sustancias más insólitas, que regresado de la guerra no encaja bajo ningún concepto en las coordenadas de la vida mundana ni tampoco califica como modelo para concretar ese ansiado American Dream.
Conejillo de indias, golpeado por las circunstancias de la vida y el despecho amoroso provocado por el distanciamiento de la guerra; o desafío personal para Lancaster Dodd y su séquito la relación entre maestro y aprendiz se desdobla en un constante juego de seducción y manipulación psicológica en el que el objetivo fundamental consiste en desprogramar los hábitos o derrumbar la estructura psíquica de Freddie para que no reaccione de manera violenta e irracional frente al dolor o la frustración.
Sin embargo, despojar al hombre de su personalidad para construir uno nuevo no siempre persigue un fin noble y en ese grado de ambigüedad y dialéctica entre dominado y dominador transita de manera vertiginosa la audaz propuesta del director de Magnolia con la mirada escrutadora y poco complaciente ante lo religioso y el libre albedrio en permanente roce pero sin descuidar la vulnerabilidad de los hombres que se estancan en un tiempo o repiten un episodio traumático del pasado que se resignifica en el presente y ahuyenta el futuro. ¿Es posible reparar algo que está roto?
En consonancia con esta mirada introspectiva se asocia otra mucho más aguda e histórica que se arraiga con la propia historia de una Norteamérica que tras la guerra y las sucesivas cicatrices de otras guerras se enfermó de su propio cáncer social, de lo que puede desprenderse el triunfo del capitalismo salvaje y la ambición desmedida que deja víctimas en un largo tendal hacia un horizonte que parecería ser infinito.
Como contracara del mito del buen salvaje explotado hasta el hartazgo por el cine, Paul Thomas Anderson intenta desmitificar sin cinismo este preconcepto para ir más allá de los postulados antropológicos o filosóficos convencionales y sumergirse en las profundidades del agitado océano de la consciencia, la irracionalidad, bajo las olas de la sensibilidad y la emoción que estallan en la pantalla y salpican a cada espectador que se entregue al enigmático universo de The master.