El dependiente
El precio que uno está dispuesto a pagar por sentirse refugiado y comprendido es el eje del filme, con un Joaquin Phoenix excepcional.
Las películas de Paul Thomas Anderson son algo así como la antítesis del Hollywood tradicional, que da soluciones a toda trama, es simple, nunca incomoda y da todo semideglutido para el espectador. El creador de Magnolia es todo lo contrario. Plantea sus historias de una manera nada convencional. Involucra al público en historias que a veces parten de un joven tratando de encontrar refugio en una familia o congregación o como se le quiera denominar al clan de Boogie Nights o a la Cienciología. Son seres impulsivos ( Petróleo sangriento), cuando no indecisos, necesitados de afecto ( Embriagado de amor), contención y comprensión.
En The Master el tema es el precio que uno está dispuesto a pagar por sentirse protegido o formar parte de lo que sea -puede ser una religión, como en esta ficción sobre la Cienciología, o una ideología o movimiento político- cuando los límites se tornan difusos y ya no se sabe si se cree en lo que se le dice o si el lavado de cerebro fue tal que condiciona cualquier pensamiento. El problema es el abuso de confianza.
Pero Anderson también propone -y desarrolla- la necesidad de convivir o congeniar con otro, y no precisamente como pareja, cuando la relación de camaradería entre dos hombres se torna casi como una adicción irrefrenable, patológica. Freddie (Joaquin Phoenix) es la inestabilidad caminando. Reciente veterano de la Segunda Guerra, le cuesta horrores reinsertarse en la sociedad. También es muy probable que antes de enlistarse haya sido un rebelde inadaptado y marginado. Lo cierto es que conoce a Lancaster (Philip Seymour Hoffman), padre de La Causa -eufemismo por Cienciología-, quien con distintos métodos lo convence, o al menos Freddie se vuelve su adláter.
Pero sería minimizar decir que uno tiene un corazón salvaje, y el otro es un charlatán -eso sería en una película media de Hollywood-. Anderson presenta cada encuentro entre Freddie y Lancaster como un tour de force . Y en eso las interpretaciones -no actuaciones- de Phoenix y Hoffman son significativas, sustanciales.
Ya desde lo físico, encorvado y con la mirada inyectada de morbo, el actor de Gladiador construye un personaje único, de innumerables matices, al que sus tonos de voz y su crispación lo vuelven tan magnético como hipnótico es el que edifica Hoffman. Son dos caras de una misma moneda, unidas no sólo por los cócteles explosivos que con solvente el alcohólico Freddie le prepara a su maestro. Los daños emocionales que el maestro le inflige a Freddie, ¿hablan de una posterior cura? Freddie, tras conocer al Maestro, ¿está mejor?
Es esa dependencia insana, casi mutua, esa devoción -otra constante en la filmografía de Anderson- la que vuelve a la historia tan enigmática. Trata sobre la lealtad, también sobre la traición y la pasión -los personajes femeninos, como el de la esposa de Lancaster, por una Amy Adams excepcional- cuando nada de ello está edificado sobre bases firmes.
Y desde lo formal, rodada en 70 mm, la iluminación de Mihai Milamare Jr. -vino a la Argentina a hacer la fotografía de Tetro, de Coppola- y la banda sonora de Jonny Greenwood, apuntalan la columna vertebral del filme.
El cine de Paul Thomas Anderson tiene una entre otras enormes virtudes: incomoda.
The Master nos pregunta por la malicia de ciertos cultos, si hay esperanza en el ser humano, y cuestiona la fragilidad de su esencia.