Una odisea temática que cuestiona el concepto de religión.
Paul Thomas Anderson es uno de esos cineastas que es la viva prueba de que lo que no importa es la cantidad sino la calidad. Tiene pocas películas en su haber, algunas separadas por unos cuantos años, pero difícilmente haya una película de este realizador que, y esta es una opinión personal, no me haya gustado. El de Anderson siempre fue un cine más temático que de cualquier otra cosa, con personajes pintorescos al milímetro, reconocibles por el espectador, que son los elementos con los que Anderson demuestra o refuta sus tesis. Para su último título Anderson toca una vibra que más de uno va a reconocer: la de la religión. Más precisamente en dos aspectos; la misma como la necesidad de creer en algo y, al aceptar esa creencia, el control mental en el que se introduce sin darse cuenta.
¿Cómo está en el papel?
The Master es la historia de Freddie, un veterano de la segunda guerra mundial que tiene problemas en adaptarse a la posguerra. Cuando pierde su trabajo como fotógrafo, vaga por el país hasta encontrarse con Lancaster Dodd, el fundador de un movimiento filosófico-religioso llamado “La Causa”, que toma al perdido Freddie bajo su ala.
Esto, palabras más palabras menos, es el argumento de la película, ya que no sigue la estructura de introducción, nudo y desenlace en el sentido tradicional, aunque no quiere decir que no la tenga y no la siga en ese orden. Como en todas las películas de Anderson, no hay lo que se dice una progresión sino que cada escena es un cuadro en una larga galería donde la actitud de los personajes es lo que domina la acción.
La película tiene, entre otros temas y como mencionamos anteriormente, el rol que tiene el control mental en la religión (se sospecha que una de las muchas bases del guion de Anderson son los orígenes de la Cienciologia de L. Ron Hubbard), pero mucho más subyacentemente el de la creencia en uno mismo. Esto no se abarca del modo edulcorado que lo haría una película apta para todo público, sino que adopta una posición mucho más adulta sobre el concepto, y surge como el producto de la larga travesía de un personaje que se debe debatir entre ver si las creencias de esta religión funcionan para él o si la fe ciega que esta pretende es demasiado pedir. Que de paso cañazo, es el debate que mucha gente tiene con la religión, cualquier religión, en la actualidad.
¿Cómo está en la pantalla?
La única diferencia marcada que existe entre este y otros títulos de la filmografía de Anderson, es que no mueve tanto la cámara como antes. Para este título abandona ese enfoque en favor de una cámara muchas veces estática, intimista y rica en primeros planos.
Las actuaciones de Joaquín Phoenix y Philip Seymour Hoffman son excelentes; aunque muchas veces es más la del primero que la del segundo. Una de las mejores escenas de la película es una donde Hoffman le hace unas preguntas a Phoenix y el solo ver sus expresiones entre pregunta y respuesta llama la atención por lo que dicen con sus rostros más allá de la palabra.
Conclusión
Un título desafiante que indudablemente no es para todo el mundo. Si querés ver a dos grandes actores hacer lo que saben hacer mejor, mírala. Si te gusta el cine de Paul Thomas Anderson, mírala; mantiene la línea de sus anteriores trabajos. Si querés ver una interesante puesta sobre las religiones extraoficiales, mirala. Es una película muy difícil de catalogar y explicar en pocas palabras; pero, por otro lado, también lo es la temática en la que se mueve. Es una de esas películas de las cuales al salir te preguntas que fue lo que acabaste de ver… aunque ya lo sabes.