Una inteligente y teatral comedia negra sobre la alta burguesía negra
La realizadora británica Sally Potter había hecho varias películas en los ‘70 y ‘80 que pasaron sin pena ni gloria. “Orlando” (1992) y su particular reinterpretación de la novela de Virginia Wolf la convirtió en una de las realizadoras más interesantes por su mirada sobre el feminismo. Pero sus títulos posteriores: “La lección de tango” (1997), “The Man Who Cried” (2000), “Yes” (2004), no fueron bien recibidas. Con “The party” recupera esa posición de cuestionar la sociedad, pero ya no referida a un solo tema sino a todo su conjunto.
Sally Potter comenta que su idea fue escribir una pieza de cámara que denunciara la situación política de su país y Europa. Lo que importa, afirma, no es tanto lo que se dice, como lo que se muestra: un ambiente de corrupción social y política en el que discurre todo.
“The Party” es como una especie de obra en un acto a lo Simon Gray o Anthony Schaffer, donde todo se limita a una reunión de conocidos que se convocan para celebrar el nombramiento de su amiga como Ministra de Salud, personaje que encarna Kristin Scott Thomas.
Sobre la base de un encuadre teatral, de ambiente oclusivo y clima asfixiante, se desarrolla el encuentro, en el cual se critica a la burguesía, la economía y el Brexit. Daría la sensación que Sally Potter está hastiada de todo, pero en lugar de lamentarse y crear un filme sin esperanzas, organiza un espectáculo de inteligentes giros narrativos, con puntos y apartes, y situaciones divertidas.
En “The Party” Sally Potter se ocupa de enviar certeros dardos para demoler posturas sobre la lealtad, la homosexualidad, la familia. También sobre ideologías progresistas y conservadoras. Sin olvidar la educación y la necesidad de un buen sistema de salud, o la peligrosa dicotomía entre sanidad pública y curanderismo, la eutanasia. O sobre el capitalismo salvaje, de la mentira de los juegos financieros y el dinero que desaparece en paraísos fiscales.
Todo es susceptible de explorar, lo hace con descarnada mordacidad y lo consigue de un modo ágil e impertinente, un tono muy acertado para una historia de luces y sombras, y contrastes moralmente difusos, en donde nada queda en pie.
Potter habla de tantas cosas que en cierto modo desconcierta, porque no deja nada al azar y dedica igual cantidad de tiempo a la política como al corazón. Nada escapa a su ojo avizor, ni siquiera el amor y el deseo; circula por la infidelidad, la contradicción de ideas y actos, la fecundación in vitro y las nuevas estructuras familiares, para pasar del machismo al feminismo. El pacifismo se incorpora de la mano del new age Bruno Ganz, que intenta calmar los ánimos a través de la meditación, sin resultado.
También roza el nazismo y el modo de ser alemán. Como si dijera: ellos perdieron la guerra y sus deseos de conquistar el mundo, pero los están haciendo otra vez, sin armas y a través de la economía. Europa está a sus pies y la han doblegado sin sangre, sino con algo semejante a una asfixia económica y llenándola de inmigrantes de países en guerra como África y Oriente Medio.
Kristin Scott Thomas, junto Patricia Clarkson, Emily Mortimer creen que el festejo será alegre y tranquilo, pero de pronto Timothy Spall, su marido, revela que está desahuciado y que le quedan pocos meses de vida. El ánimo de la reunión cambia y se desbarranca a una serie de confrontaciones que no dan respiro a la acción, a la que luego se acopla una pistola, que va a parar a un tacho de basura y luego es rescatada, y el juego de equívocos se sucede en medio de una tensión que va creciendo a medida que cada uno de los presentes va desnudando sus frustraciones.
En “The Party” sólo bastaron 70 minutos para que Sally Potter desarrollara un tema a la altura de sus ambiciones, a la vez que dar un tono irreverente a la propuesta, sostenida a su vez por el director de fotografía ruso Aleksei Rodionov. La música del filme, una selección de temas de jazz de los años ‘40 y ‘50, con algún tema de Aznavour, dan el marco ideal del encuentro que se caracteriza por diálogos brillantes que fustigan como saetas a cada uno de los participantes.
A esto se anexa un invitado, Cillian Murphy, que no bien llega a la casa se encierra en el baño a darse un shock de cocaína, y en medio de una transpiración fría y olorosa se instala en un apartado rincón para observa a los demás, sin atreverse a participar. Siente vergüenza o rabia por algo que sabe que es, pero no quiere darle nombre, hasta que el dueño de casa lo enfrenta a la insoportable realidad de que su mujer es amante de él.
Desde el timbre que suena en los primeros minutos de comenzar la acción, la directora da rienda suelta a una ácida crítica social que ilustra en tiempo real los reveces de la sociedad británica. Las grandes cuestiones de la sociedad contemporánea adquieren un realce superlativo al ser planeadas en blanco y negro, porque el mundo se dirige a esos opuestos confrontados sin ningún tipo de matices.
Todo en “The Party” se relaciona con la vida, con nuestra vida y la de los otros. Potter se ha tomado el trabajo de deconstruir, no en el sentido de disolver o destruir, sino en el de analizar las estructuras sedimentadas que conforman la base de la sociedad. Este es un filme típicamente cuántico, en el que existe un personaje borroso, que es la sociedad prisionera de una moral dudosa que se despliega en una serie de actos que la llevan a su propia destrucción.