Crónica de una muerte anunciada
El nuevo largometraje de la realizadora británica Sally Potter (Ginger & Rosa, 2012), The Party (2017), es una comedia negra con un planteo alegórico sociopolítico que va más allá de las vidas de sus protagonistas y la sociedad que representan.
Janet (Kristin Scott Thomas) acaba de ser nombrada ministra de la oposición y la película arranca con las felicitaciones que recibe por teléfono mientras está preparando en la cocina una fiesta de celebración con sus amigos más cercanos. Su marido, Bill (Timothy Spall), sin embargo, bebe vino en la habitación contigua y escucha música con una expresión en su rostro que no muestra signo alguno de felicidad.
Los invitados empiezan a llegar. Primero aparece April (Patricia Clarkson), una estadounidense cínica, y su marido, el alemán Gottfried (Bruno Ganz), una especie de coach de vida. Les siguen la pareja de lesbianas formada por Martha (Cherry Jones) y una embarazada Jinny (Emily Mortimer), y, por último, la mitad de la otra pareja invitada: Tom (Cillian Murphy), que afirma que su mujer, Marianne, está retrasada, poco antes de tomar unas líneas de cocaína en el baño y mostrar la pistola que lleva encima. La fiesta comienza y los anuncios se suceden, pero Bill, no tardará en detonar la verdadera bomba de la noche: le han diagnosticado una enfermedad terminal. Es la primera vez que oye hablar de ello Janet, quien, a su vez, recibe mensajes de texto amorosos de un “desconocido”.
Los elementos en The Party están dispuestos para que haya multitud de oportunidades para intercambios y reacciones que apunten opiniones diferentes, a menudo conflictivas, sobre la confianza en la medicina, la política, la moral, la filosofía de vida y las interacciones. Por un lado la izquierda idealista, clásica y culta opuesta a la derecha neoliberal y joven, materialista, arrogante y espídica. Y por otro el establishment socialdemócrata, ensimismado en su ensimismamiento. Sally Potter reparte a unos y a otros, sin piedad y a mano abierta. Poco a poco se irán cayendo las máscaras y los trapos sucios, el cinismo y la falsedad irá saliendo a la luz.
En su octava película, Potter disecciona las principales preocupaciones de una burguesía ilustrada histérica en su lucha por el amor de una sociedad que con sus conflictos de clase, complejos y relaciones amorosas disfuncionales termina cavando su propia tumba. Una curiosa apuesta de aires teatrales que recuerda a Un Dios Salvaje (Carnage, 2012) de Roman Polanski, una sátira rodada en un cuidado blanco y negro que apuntala la crítica a la irrealidad caduca en la que viven los personajes interpretados por un reparto soberbio.