Ultimamente hay unos cuantos directores veteranos que están sacando películas como chorizos. Y no hablo de cineastas ignotos sino tipos de la estatura de Ridley Scott, Clint Eastwood o, quien ahora nos ocupa, Steven Spielberg. Es como si el demonio estuviera a punto de chuparles el alma, que filman, filman y filman a un paso agotador, como un deseo de engrosar su legado antes que los alcance la muerte. El drama con esto es que el apuro los hace cometer pifias (vean sino las últimas Alien de Scott o 15;17, Tren a Paris de Eastwood, que no tuvieron el beneplácito de la taquilla ni de la crítica), y ahora es el turno de Spielberg. Con seguridad nadie va a encontrar una critica mala de The Post: Los Oscuros Secretos del Pentágono debido a la prominencia del tema y del director… pero lo cierto es que es una película terrible. Buenas perfomances (y malas pelucas) no camuflan la desprolijidad de la historia y, mucho menos, la ausencia de tono didáctico para ubicar al espectador en algo que ocurrió hace mas de 40 años. El intento de hacer un fuerte discurso sobre la libertad de prensa termina trivializando otros temas de fondo (¿cambió la guerra después de exhibir los documentos secretos del Pentágono que mostraban que la guerra de Vietnam era imposible de ganar y que todos los gobiernos previos la apañaron, manipularon y ocultaron al público norteamericano, eso sin mostrar la inutilidad del conflicto y la locura generalizada que cundía en el escenario bélico?), y hasta la esperada batalla legal final frente a la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos termina siendo omitida de manera tan inesperada como atroz. Entonces, ¿cuál es el punto?.
Uno revisa The Post después de haber visto la miniserie La Guerra de Vietnam (2017) que actualmente se exhibe en Netflix, y por lo cual uno tiene todos los datos frescos en la memoria. El enfoque del libreto es atroz: en vez de apuntar a la épica del New York Times (quienes descubrieron los papeles secretos del Pentágono gracias al accionar de su reportero estrella Neil Sheehan), decidieron hacer hincapié en la publicación tardía de The Washington Post, quienes consiguieron los documentos 5 días después que el New York Times, hicieron artículos con información complementaria y ambos diarios terminaron jugándosela en la pulseada con el gobierno en la Corte Suprema de Justicia, quienes dictaron la prevalencia de la libertad de prensa. ¿Cual es la gracia de esto?. La movida, en todo caso, sólo contribuyó a que The Washington Post se volviera un periódico de prestigio y, años mas tarde, le disparara directo a la cabeza al retorcido Richard Nixon (presidente de EE UU de aquel entonces), revelando el escándalo Watergate y terminando con la renuncia de éste en 1974.
En realidad el único merito de The Post es obrar como una precuela de Todos los Hombres del Presidente (1976), la cual es la película por antonomasia de conspiraciones gubernamentales y un filme que le saca varios cuerpos a la cinta de Spielberg. La realidad era ésta; en el gobierno de Kennedy había un secretario de defensa – Robert McNamara, un tipo brillante que venía de la Ford y que era amante de los datos estadísticos debido a su formación como CEO – que sobrevivió a la muerte de JFK y quedó en el gobierno de Lyndon B. Johnson, haciendo de intermediario con el gobierno de Vietnam del Sur. Para medir la eficiencia de su gestión McNamara alimentó las computadoras de la Rand Corporation con miles y miles de datos (personal propio y del enemigo, armas de ambos bandos, cantidad de bajas, etc) e hizo miles de cálculos cruzados llegando a la conclusión inexorable de que la guerra era imposible de ganar aún poniendo millones de soldados en el campo y gastando miles de millones de dolares en armas y recursos. A Johnson no le gustó el informe, a McNamara lo pasaron a la presidencia del Banco Mundial y LBJ puso un reemplazo menos analítico, mas sumiso y mas agresivo. El tema es que una copia del informe de McNamara quedó en la Rand y un asesor militar – desencantado con lo que vio en Vietnam – lo buscó y se lo filtró a la gente del New York Times. Los del Washington Post llegan tarde – desesperados por morder algo de la primicia -, agarran la segunda parte de los documentos y los publican, atrayendo todo el odio de Nixon. Es entonces cuando el presidente decide evitar posibles fugas de información en el futuro y crea un grupo de tareas llamados “los plomeros”, los que harían operativos sucios para espiar a periodistas y opositores… y quienes serían los torpes que caerían arrestados plantando micrófonos en las oficinas del partido Demócrata en el edificio Watergate.
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Tomando este último párrafo como guía, uno puede intentar entender qué o quienes son los tipos que Streep y Hanks nombran al pasar y, lo que es peor, el filme los descarta porque prefiere subrayar las luchas intestinas de la dueña del The Washington Post con sus posibles inversores justo cuando precisa desesperadamente una inyección de capital y se topa con todo este escándalo. No sólo trivializa el tema desviándose por las finanzas del diario, sino que mete parrafadas para nada interesantes sobre la vida del personaje de Streep, eso sin siquiera profundizar en el personaje de Hanks (es Ben Bradlee!! el tipo que apoyó a Woodward & Bernstein a echar a Nixon de la Casa Blanca!).
The Post es un filme profundamente anticlimático. No hay suspenso, no hay momentos de tensión, ni siquiera discursos profundos sobre la situación y la libertad de prensa. Todo va rápido y al pasar, y si a los yanquis le gustó es porque le gusta entronar películas de aire épico donde los periodistas derrotan a corporaciones e instituciones malvadas (algo parecido ocurrió con Spotlight, que me pareció tremendamente blanda – incluso figura el hijo de Ben Bradlee como el editor del diario que descubre los casos de abusos de niños por parte de sacerdotes católicos en Estados Unidos -, y que solo me parece una mala imitación de Todos los Hombres del Presidente con micrófonos ocultos, gobiernos amenazantes, corridas en callejones oscuros, jueces que aparecen a ultimo momento a proteger a los héroes, e imágenes de diarieros repartiendo fardos de periódicos con títulos rimbombantes). Si Spotlight era correcta pero estaba hecha de manera maquinal, The Post es una enorme pifia porque pone el acento en quienes acompañaron la historia y no en los verdaderos héroes (los del New York Times), se ocupa de las acciones del diario, va a las apuradas y ni siquiera reflexiona demasiado sobre la enorme importancia del asunto que acaban de destapar. Es una tonelada de frases hechas que pegan poco y llegan tarde, ya que The Post sólo hubiera sido efectiva si la hubieran rodado hace 40 años y cuando el público de la época (no los gerontes de ahora ni los millennials que ni siquiera saben escribir su nombre) hubiera tenido fresco el recuerdo y el impacto de un momento histórico tan importante, un suceso que aquí queda lamentablemente diluido y termina sin fuerza por la falta de un libreto mas ordenado y mas inspirado.