Hay algo de bienvenida idealización en este nuevo opus de Steven Spielberg, algo de añoranza y de cierto anclaje a que en algunas cuestiones todo tiempo pasado fue mejor. Quizá por eso, para hacerle los honores al caso, The Post retrata con un dream team del cine y la TV el quiebre que significó para el periodismo de Estados Unidos la publicación por parte de The New York Times y The Washington Post de documentación ultrasecreta que desnudó la forma en que la Casa Blanca quiso ocultar el desastre militar que fue para Washington la guerra de Vietnam.
Meryl Streep y Tom Hanks encabezan un elenco del que participan varios astros de las series que más alto rankean en el gusto popular: Bob Odenkirk (Better Call Saul, Breaking Bad), Matthew Rhys (The Americans), Alison Brie (Glow, Mad Men), Sarah Paulson (American Horror Story), Carrie Coon (The Leftovers), Jesse Plemons (Fargo) y siguen las firmas.
Con ese seleccionado de cracks al frente, el director que está por estrenar el (muy probable) hit futurista Ready Player One, planta en pantalla una fábula sobre el bien y el mal, en el que el primero está representado por la prensa y el segundo por el poder político.
Hay un vértigo constante en el guión que Spielberg dirige con mano firme, un ir y venir de personajes que viven exclusivamente para la exclusiva. El imaginario colectivo que piensa al periodista como un manojo de tensión ante la inminencia de la novedad, que fuma y está pendiente de lo que se publica aquí y allá: ese es el retrato que elige el film, montado junto a certeros planos de una vieja imprenta con planchas de plomo que prepara los titulares que ayudarían a cambiar al periodismo de Occidente.
Los personajes centrales de la historia son los que motorizan el relato, y pese a que Hanks compone al editor del Washington Post de aquel entonces, quien mueve el amperímetro es la Kay Graham de Streep, dueña del periódico y que ve el juego desde afuera del periodismo pero con la mirada filosa a la hora de las resoluciones. Su moderada dama de hierro, por si caben dudas de su peso dramático, toma la decisión clave en una escena fundamental para que la buena de Meryl esté entre las candidatas al Oscar a Mejor Actriz Protagónica.
El periodismo que busca perforar los secretos del poder es el héroe de la historia, un combo de Avengers que tienen enfrente a los paladines de la mentira, enclaustrada en una White House todopoderosa que tiembla ante la posibilidad de que los documentos sean revelados. Allí es donde está el anclaje spielbergiano en su fe por la verdad, pero sobre todo está puesta en la labor de la Justicia, gigante e indiferente ante los intereses de los pasillos del poder.
¿Podría situarse en la actualidad un trabajo que plantea que el Poder Judicial decide sin presiones ante un juicio del Poder Ejecutivo contra dos diarios? No hay nada en la narración que indique intrigas palaciegas o presiones de ningún tipo. Hay una Justicia que decide la opción más justa y ya. El bien y el mal claramente definidos, la imparcialidad impoluta en medio de la grieta, sin intereses ni parcialidades. Toda una obra de ficción.