The Post: Los Oscuros Secretos del Pentágono

Crítica de Fernando Caruso - Leedor.com

EL CLÁSICO INOXIDABLE

Tres verdades que anteceden al film pueden, como una operación matemática, inferir su resultado.

La ambición de Spielberg lo condujeron, durante toda su carrera, a asumirse como un referente político en el relato hollywoodense. A pesar de sus éxitos en relatos fantásticos o de aventuras, sus convicciones políticas lejos están de esconderse sino que han aflorado en su voluntad de llevar a cabo proyectos como El color púrpura, La lista de Schindler, Munich, Lincoln, El imperio del sol. Aunque se pueda objetar que es una estrategia para ser tomado en serio y cosechar premios, Spielberg no ha encarado ninguna de estas películas a la ligera y, por el contrario, las afrontó con la sensibilidad y el compromiso que el tema requiere. Lo que sus adalides conciben como maestría y sus detractores como frivolidad o artificio son la evidencia de una aseveración inobjetable: Spielberg extendió su obra durante cinco décadas porque sus capacidades narrativas se adaptan a cualquier tema, época y tono. Es el exponente más certero del concepto hollywoodense del storytelling. Su pulso narrativo se nutre de dilemas profundos de personajes e incesantes obstáculos dentro de la trama para poder articular un relato en donde la tensión, la carga dramática y los valores puestos en juego sean tan atinados como para generar la satisfacción de entretener y conmover al unísono.
Cuando Alan Pakula recibe el proyecto de Todos los hombres del presidente habían pasado tan solo dos años desde el caso Watergate. A pesar de que en The Post la institución ejecutiva de EEUU salga damnificada, la distancia en el tiempo concede una gran libertad en la construcción del punto de vista de la película. No hay nadie que no vaya a fraternizar con un grupo de periodistas en búsqueda de la libertad frente a una institución cuya intención es privar de ese derecho a su pueblo. La manipulación mediática de la guerra de Vietnam y la figura de Nixon con el correr de los años se han vuelto blancos fáciles. El mensaje democrático que se desprende de la historia tiene un efecto heroico asegurado.
El tema de The Post es Kay Graham. No se trata ni más ni menos que de una mujer que ostenta un poder en un universo poblado casi exclusivamente por hombres, quienes le dispensan un trato condescendiente. Su legado familiar y su amistad con Robert Mcnara son más ingredientes que la hunden en la inseguridad que le ocasionan esos factores socioculturales. The Post apunta principalmente a la situación de una mujer que es exhortada a sobreponerse a las condiciones adversas en que la ubica el sistema. El valor histórico que le confiere la reina de Hollywood, Meryl Streep, potencia a esta lucha en la proclama feminista que hoy vive la Industria.

Así las cosas, no hace falta ser muy audaz para desvelar de qué manera los elementos puestos en juego, apadrinados por el sello indeleble de Spielberg, se desenvuelven en la película. The Post regala momentos brillantes. Los valores potenciales que tiene una historia con altas dosis de intriga, de dilemas constantes que inquieren una resolución ineludible y el romanticismo de los entretelones de un evento trascendental son explotados con la lucidez propia de un narrador que conoce como nadie cómo aprovecharlos en cada escena o plano. The Post discurre, en sus momentos decisivos, en espacios estrechos, como oficinas o habitaciones, a escondidas; en contraste con los espacios enormes que se ofrecen de antesala como la redacción o los amplios comedores donde cenan los protagonistas. El caso más emblemático coincide con la escena proporcionalmente simbólica del film: durante el cumpleaños de Kay, con numerosos invitados en su jardín, ella debe aislarse en su habitación para decidir si los expedientes secretos que revelan el encubrimiento de la imbatibilidad de la guerra de Vietnam, se publicarán en el Washinton Post, a riesgo de ser enjuiciados (como el New York Times) y perder los inversores bancarios que reflotarían al diario en bancarrota.

Uno de los firmantes del guion es Josh Singer, también guionista del thriller periodístico que se alzó con el Óscar en 2016. Spotlight se ceñía estrictamente a la investigación, resignando la esfera privada de los protagonistas. No cabe duda, ante tal antecedente, el tamiz spielbergiano ante la puesta en valor de la película: en la escena climática recién citada, la tensión ante la inminente decisión va comprimiéndose con la aceleración gradual del ritmo, hasta el punto culminante donde Spielberg nos acerca a la intimidad del rostro de Klay.

La proximidad de la cámara al rostro ante un gesto trascendental no siempre es garantía de un efecto sobrecogedor en el espectador; la paciencia artesanal con que se administran los tiempos precedentes es la verdadera herramienta y Spielberg, aun dentro de la dinámica optimizadora del Hollywood actual, sigue confiando en la cocción a fuego lento que es la fuente de su éxito. Como contracara, The Post también sufre el trazo grueso de su mirada, donde apela a subrayados que echan por la borda la sutileza con que se hilvanan algunas escenas. La exaltación de algunos valores -como aquella escena en la que una Klay triunfante es observada por una multitud heterogénea de mujeres- exhibe la voluntad efectista y sensacionalista en la que suele recaer el director.

Pero estos pasajes, a diferencia de otras películas de su autoría, se disuelven dentro de la apabullante maquinaria de The Post, que envuelve a la representación de un suceso histórico relevante en una narración estimulante para cualquier espectador ávido de sensaciones e intriga. La inteligencia de su realizador, además de permitirle concretar la fluidez de su relato, está en la selección de los proyectos, el cual le calza como anillo al dedo. Porque los años pasan, pero la fórmulas narrativas no permutan; Spielberg, tampoco.