En The Square, la última ganadora de la Palma de Oro en Cannes, el director Ruben Östlund presenta un film experimental que critica el mundo del arte moderno y los comportamientos contradictorios de la alta burguesía sueca.
“The Square es un santuario de confianza y cariño. Dentro de él todos compartimos derechos y obligaciones por igual”. Este es el lema de la nueva obra de la artista argentina Lola Arias. Y es también la nueva exposición del museo de arte moderno de Estocolmo a cargo de Christian (Claes Bang), el curador y director artístico. El cuadrado en cuestión es a simple vista una metáfora. Se trata de un espacio de 4 x 4 metros en los que, supuestamente, la gente que entra debe respetar las reglas de convivencia civil. Son los límites físicos que propone la sociedad y por lo tanto los que rigen en las relaciones humanas. A partir de esta frase, el director sueco Ruben Östlund construye en su último largometraje una crítica aguda sobre los límites del arte y el absurdo y se convierte inevitablemente en un discurso moralista sobre la humanidad.
Entre los desafíos que Christian tiene en su trabajo, uno de ellos, es buscar cómo vender esta nueva atracción del museo, por lo que contrata a dos jóvenes agentes publicitarios que proponen hacer un video que se viralice por las redes sociales y así llevar más gente al lugar. Sin embargo, su problema principal pasa por otro lado. En medio de una situación rara y sin darse cuenta a Christian le roban su billetera y su celular. Esto le genera malestar y pierde de a poco su civilidad, su confianza en el mundo correcto en el que cree y quiere vivir. Y el que quiere difundir en el museo. Con la ayuda de uno de sus empleados empieza a buscar el teléfono y llegan a un edificio de un barrio humilde y dejan cartas amenazantes en cada uno de los departamentos. Esta absurda idea lo meterá en problemas y cuando se suba el video promocional de The Square, las complicaciones aumentarán.
Lo más interesante del film es la provocación constante y cómo juega con la incomodidad del espectador. Pero sus provocaciones tienen un claro objetivo: deconstruir el arte moderno y fijar la vista en un mundo donde todo movimiento puede ser criticado abiertamente como algo fuera de lugar y en donde las diversas opiniones conviven en una falsa libertad de expresión. Hay escenas que son un ejercicio de ironía y sarcasmo que no abundan en la actualidad cinematográfica: la rueda de prensa, el anuncio y, especialmente, la cena, donde sale a la luz cómo la clase alta vive totalmente apartada del mundo real.
Pese a algunas dificultades narrativas, Östlund sabe cómo crear suspenso y tensión a partir del uso de los espacios y del sonido. Al correr de los minutos se va expandiendo entre varias situaciones, muchas de ellas salidas de la nada, algunas divertidas y otras sin sentido alguno. Y es que The Square no pretende en ningún momento ser una comedia ni mucho menos ficción, su parodia y variedad de tramas son sólo elementos para abordar diversas temáticas con un punto en común: la sociedad moderna. Es por esto que se lo podría comparar con una tesis. Los problemas que trata son demasiados y amplios, como la relación de burguesía con el arte moderno, el marketing de la cultura, internet y, por sobre todo, la inmigración ilegal y la gente que vive en la calle. El film pone en cuestionamiento varios de los prejuicios, miedos y egoísmo que esconde la “políticamente correcta” sociedad sueca.