El infierno son los otros
The Square tiene algunas escenas que funcionan muy bien por sí solas, pero el todo no termina de parecerse a una película.
En la segunda mitad de The Square hay una escena extensa que resulta muy efectiva por sí misma y que podría ser un cortometraje. Es una cena de gala en un museo repleta de artistas y viejos adinerados. El curador, que es el protagonista de la película, presenta una performance que consiste en un hombre en cuero que entra en la sala simulando ser un gorila. El tipo (el gorila) pasa entre las mesas haciendo sonidos de gorila, ante la risas algo nerviosas de los presentes, actitud que probablemente se suela repetir en los ámbitos del arte ante esta clase de performances.
Pero el artista que hace de gorila no se sale de su personaje, y empieza a agredir a los invitados. Primero toca a algunos, ante la incomodidad general; pero después llega a arrastrar a una mujer de los pelos para intentar violarla. Es en ese momento recién que varios de los invitados se abalanzan sobre él para detenerlo.
La escena es extraordinaria y clave (es la que ilustra el afiche de la película). El artista-gorila es está interpretado por Terry Notary, el actor que hizo de King Kong en la última película sobre el monstruo, y lo que hace acá es impresionante. Pero también está el director Ruben Östlund, que construye una escena en la que la tensión va creciendo, incómoda e inolvidable.
El problema está en que esa escena está en una película. Una película que tiene varias escenas un poco arbitrarias como esa, que pueden funcionar por sí mismas. Y cuando las vemos en conjunto, no nos queda otra que preguntarnos: ¿qué nos quiere decir Östlund? Probablemente en esa escena del gorila haya por un lado una reflexión sobre el arte, quizás a la manera de ciertas películas de Cohn y Duprat (el humor de The Square se parece un poco). Y también, un poco debajo de la superficie, haya cierta reflexión (o crítica) a la indolencia de la gente con su prójimo, que después de todo es, aparentemente, el tema de la película.
El argumento se podría resumir así: a Christian (Claes Bang), un curador de un museo, le roban el celular y la billetera; mediante el GPS logra individualizar el edificio en el que está el ladrón, aunque obviamente no el departamento; un amigo le sugiere dejar una carta amenazante en cada departamento ordenándole al ladrón que le devuelva sus cosas; así lo hace, pero cae en la volteada un chico inocente, al que sus padres castigan porque creen que es el ladrón.
Este es el arco narrativo, pero la película está compuesta por escenas más o menos sueltas como la del gorila, y todas van en el sentido de la tesis central de la película: ¿podemos confiar en el prójimo? ¿Somos confiables nosotros mismos?
Quizás en definitiva el problema de The Square sea que la “idea” está por delante de la historia. En eso se diferencia de los guiones de las películas de Cohn y Duprat, que suelen ser redondos, maquinitas narrativas. Acá hay digresiones, buenas escenas desperdigadas por ahí (y otras no tanto) que no dan como resultado una película muy coherente.
Por eso por momentos levanta cierto vuelo (como en la escena del gorila, o en la subtrama protagonizada por Elisabeth Moss) y por otros cae en un pozo, y nosotros con ella, un poco hastiados y confundidos. Porque es cierto, la escena del espectador con Tourette es graciosa; y es cierto también que quizás ilustre las contradicciones de la solidaridad; pero es un poco agotador tener que estar buscando constantemente el significado oculto detrás de cada escena. El cine es otra cosa.