En los límites del arte
Estamos ante una tónica y generosa comedia de tono un tanto surrealista, en la que Ostlund denuncia la hipocresía de nuestras sociedades occidentales sobre el muy universal tema de la tolerancia, la solidaridad, la convivencia social, la confianza en el prójimo y los mecanismos del miedo y del a menudo cobarde comportamiento humano.
Su protagonista, el excelente actor danés Claes Bang, es Christian, un hombre divorciado con dos hijas pequeñas, conservador de un gran museo de arte contemporáneo, que prepara una exposición sobre la tolerancia y la confianza mutua, con una instalación artística denominada “The square”.
El proyecto de esta película nació de hecho de la exposición artística organizada por Ruben Ostlund y Kalle Borman en el Museo del diseño en la ciudad sueca de Varnamo. Se trata de un cuadrado dibujado en el suelo, de cuatro metros sobre cuatro, que es simbólicamente un santuario o espacio de libertad, altruismo y fraternidad, en el interior del cual “todos tenemos los mismos derechos y deberes”. Una invitación a mejorar la actitud de los ciudadanos con los extranjeros.
Con claves de comedia satírica, Ostlund pone a prueba los nervios y las convicciones progresistas de Christian, ese intelectual al que un día le roban en la calle su teléfono móvil, su billetera y hasta los gemelos de la camisa, cuando generosamente creía ayudar a una joven perseguida por un energúmeno. La protagonista femenina es la americana Elisabeth Moss, en el papel de una joven periodista que vive con un chimpancé, y participa en dos de los mejores momentos cómicos del film: una entrevista al conservador del museo, sobre los términos tan sabios como poco comprensibles con que se anuncia la exposición, y una escena de cama anti romántica, con discusión sobre cómo deshacerse de un preservativo.
Ostlund describe con ironía esa fractura social existente entre los barrios burgueses y las barriadas populares, que el protagonista se ve obligado a visitar en busca de su teléfono móvil, localizado con el ordenador. El miedo al otro, al extranjero, al que es diferente, o que forma parte de otra clase social, y la cuestión de la confianza en el prójimo está presente con humor a lo largo de la película.
¿Intervendría usted para ayudar alguien que sea agredido?, ¿se fía usted de alguien que no conoce? ¿Hasta dónde llega su generosidad y su altruismo? Todas esas preguntas que se plantea el protagonista, invitan al espectador a la reflexión. La picaresca de los mendigos en la calle, la indiferencia de los ciudadanos que prefieren ignorar la miseria que les rodea, pero también la parodia de ciertas concepciones del arte contemporáneo, alimentan este guion que culmina con una secuencia mucho más corrosiva de “performance” artística totalmente surrealista, dirigida a evidenciar la cobardía y el miedo del ser humano, en una cena mundana, digna de película de Luis Buñuel, pero estilo sueco.
El único punto discordante de la propuesta es que, en su voluntad de ser didáctico, en esta especie de parábola del buen samaritano, Ostlund alarga innecesariamente el desenlace en sus 2h 22 minutos de metraje.
Ganador del premio del jurado en 2014, en la sección un certain regard con su película “Snow terapy”, Ruben Ostlun era la primera vez que competía en la carrera por la Palma de Oro, y se llevó el premio gordo.
Pedro Almodóvar, presidente del Jurado del Festival de Cannes 2017 (en sustitución de Roman Polansky, quien tuvo que dimitir porque cada vez que intenta protagonizar algo resucitan los fantasmas de sus violaciones de menores, cometidas en Estados Unidos en los años 1970), explicó por qué “The Square” se alzaba con el máximo galardón: “Habla de la dictadura de lo políticamente correcto. Una dictadura tan terrorífica y asesina como cualquier otra. Los personajes viven un infierno porque intentan ser políticamente correctos. Es una película contemporánea, realzada por una mano maestra, tan rica, con tantos niveles de lectura que yo la volveré a ver muchas veces”.