Nominada al Oscar 2018 entre las candidatas a Mejor Película en Lengua Extranjera, The Square tiene en su historial haber obtenido la Palma de Oro a Mejor Película el pasado mayo de 2017 en el Festival de Cannes.
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Se trata de una producción sueca, dirigida por Ruben Östlund, quien en cuenta en su haber las películas The Guitar Mongoloid (2004), Involuntary (2008), Play (2011) y Force Majeure (2014) esta última estrenada en Argentina como La traición del instinto, y candidata al Oscar extranjero también en su momento.
Centrada en la figura de un director artístico / curador de un museo de arte contemporáneo en Suecia interpretado por Claes Bang, la película se articula narrativamente sobre dos hechos en paralelo: el robo de la billetera de este personaje y la inauguración de una instalación, llamada the square (el cuadrado), como gran hecho expositivo del museo. Ambos hechos producen reflexiones sobre una cuestión básica de las comunidades: la confianza, la solidaridad y la pose publicitaria tan actual de pensar al arte como un medio de transformación social, pero siempre puertas adentro de instituciones de élite adonde jamás ingresan las clases cuya realidad el arte exhibe, denuncia y busca transformar.
Llena de guiños al delirante star system del arte, los artistas, los curadores, el mercado, los amigos de los museos y benefactores, y, un elemento clave, el marketing y el área de comunicación y prensa, The square plantea un tema clave en las sectores de alto ingreso que se mueven en relación al arte: la falta de empatía con la marginalidad, la cuestión del gusto como rasgo de superioridad y el museo como una isla adonde es difícil que sectores intersectados por diferencias de poder adquisitivo, raza, migraciones, conflictos, pueden acceder. Todos los temas que dejan en claro, de manera paródica en la película, que el arte es hoy y más que nunca una cuestión de clase.
La articulación entre el pequeño incidente personal del robo de su billetera del protagonista y lo que hará para recuperarla y las tensiones de inaugurar la exhibición marcan toda la película. Todos los demás personajes giran en torno a su deseo, su mirada, su capricho y sus necesidades: sus hijas en el shopping en contraposición a otras infancias como el niño al que acusa, al voleo, de ladrón, sus empleados del museo y hasta una periodista interpretada por Elisabeth Moss con la que tendrá una escena sexual en clave de absurdo, memorable, con quien disputa el semen de su preservativo por miedo a que sea usado sin su consentimiento, la marca de un narciso deslumbrante y patético a la vez, que quizás sea una de las metáforas del arte contemporáneo mejor planteadas de los pocos relatos críticos, metalenguístico y autoreferencial que la institucionalidad ha producido.
The Square, para quienes pasamos muchas horas de nuestras vidas visitando museos, bienales y galerías, tiene escenas inolvidables. Una en particular, que es el paroxismo de estas contradicciones que señalamos, la que protagoniza Terry Notary en la cena de gala con benefactores, que pone de manifiesto la cuestión del acoso y la vulnerabilidad. Otra, la referida a la campaña publicitaria que se lanza en las redes para promocionar la muestra, que, para apelar a la necesidad de confiar, llega a simular la explosión de una niña dentro del cuadrado en cuestión, golpe bajo de una triste situación que existe en los innumerables conflictos que Occidente emprende contra las disidencias político sociales en su pelea por cada territorio del que se apodera cuando lo precisa (The Square es también una disputa de territorios, claro). Alguien me preguntó si el mundo de un Museo tan exquisito y refinado como el que muestra la película podría ser realmente así, y mi respuesta es que, conociendo el campo y las instituciones, la película era muy interesante y el verosímil, funcionaba ampliamente.
Mostrar la conexión entre modos de representación y prácticas institucionales es otro de los méritos de esta historia. The Square habla de la violencia de toda una gestión contemporánea del arte. Y todo ello, en una narrativa impecable, ascéptica, minimalista y visualmente potente. La banda de sonido acompaña muy bien creando un clima entre existencial y vacuo, especialmente la genialidad de Bobby McFerrin, Improvisació 1, un fraseo que modula, cautiva y seduce, sostiene y ocupa, pero no dice nada. Se deja ver muy bien, más allá de que se vaya o no a los museos porque habla de la hipocresía, la superficialidad y la falta de compromiso. Veremos si se lleva el Oscar y vuelve a actualizar en los medios viejos debates que, por supuesto, el sistema también absorberá.