The Square: El arte es cosa de primates.
Llega la ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, dónde la vida del director de un museo de arte en Estocolmo cambiará para siempre por la exhibición de una obra de arte de origen argentino.
Uno de los nombres más interesantes y que mayor éxitos viene juntando en el cine europeo es el del sueco Ruben Östlund. Joven director que apenas comenzada su cuarta década de vida ha creado un interesante cuerpo filmográfico explorando el comportamiento humano. En 2008 dirigió Involuntary, cinco historias reflejando la perversión de la dinámica de grupos, en 2011 trajo a la gran pantalla la historia de unos jóvenes vándalos que robaban sin violencia sino con trucos psicológicos con Play, y recientemente deleito a los cinéfilos del mundo con Force Majeure (o como destruir la dinámica patriarcal de una familia en un segundo de mal juicio).
¿De que se trata su último trabajo? La ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes invita a que se la comente de una forma sencilla: la exploración de la vida del encargado de un museo de arte contemporáneo en Estocolmo mientras prepara la exhibición de una obra titulada The Square, o más precisamente cómo su persona irá cayéndose a pedazos. Una sátira que busca complicidad en la condena e invita con humor negro a incomodarse un rato.
Christian es el curador del museo, su principal responsable así como también su más importante exhibición. Venderse es vender las obras al publico, y este film ubica a la publicidad en el centro del arte moderno. La trama sirve como excusa (sin restarle ninguna importancia) para establecer un sinfín de escenarios explorando las temáticas como el arte, el ego, la responsabilidad y las apariencias. Una vez planteados, todos juntos sirven para impulsar unos días bastante movidos en la vida de Christian, utilizando como disparador la campaña publicitaria para una nueva exhibición creada por una artista argentina.
El guion y la dirección a manos de Östlund se encuentran en el centro de esta puesta cinematográfica. Con las actuaciones, la fotografía, el montaje y el sonido limitándose con un gran nivel a acompañar y servir en pos de crear una historia que permita brindar la precisa experiencia que un auteur invita a explorar.
La mayoría de los films que podemos ver utilizan la expectativa e “ignorancia” de la audiencia para manipular y generar giros de tuerca para compensar con algo de impacto el dinero gastado en pochoclo. Pero Östlund rechaza el uso ordinario de estas herramientas para entregar pequeñas sorpresas que de manera cruda dejan al espectador descolocado y disparando especulaciones. Si Hollywood te grita en la cara para que “reacciones” por unos seg y sigas tu camino como si nada, cintas como esta se limitan a chasquear los dedos desde una dirección incierta para dejarte moviendo el cuello un buen rato.
El film busca que comprendamos y juzguemos a su personaje principal durante más de dos horas, pero aún así no termina de sentirse como alguien definitivamente central. No por deficiencia sino por una elección, la película decide usar a una (pobre) persona para juzgar las sociedades que se generan en torno al arte, a los artistas y al negocio de las apariencias.
El reloj corre ligero sin que nos demos cuenta, y todos los fuegos de artificio del cine se pierden en el todo de la historia y los escenarios planteados. Es una entretenida y atrapante experiencia para todo curioso de la gran pantalla. Una sana opción que a muy pocos les vendría mal.