De arte somos
Con mucho de sátira, el filme premiado en Cannes plantea encrucijadas morales a su protagonista.
La escena pinta y es un resumen de lo que plantea The Square. Transcurre en un salón, en medio de una gala en un museo en Estocolmo. Se hace una performance ante lo más alto de la sociedad sueca. Es un juego de caza, con un animal salvaje (en verdad, un hombre con el torso desnudo, que anda en cuatro patas con unas muletas y parece un orangután) que los amenaza, y si los invitados se quedan quietos y no reaccionan, esto es, si se quedan con la manada, nada les sucederá.
¿Rupturista? Seguramente.
¿Buñuelesco? Puede ser.
El cine de Ruben Östlund, como lo demostró Force Majeure, pone a sus protagonistas en una encrucijada, generalmente moral. En aquella película el padre que abandonaba a su familia cuando se venía una avalancha de nieve, y luego negaba el hecho, debía confrontar con sus propios miedos, sus limitaciones, su cobardía. Con lo que era.
Christian, el curador del museo en Estocolmo (un Claes Bang casi omnipresente, y muy bien), también.
Pero tal vez le sucedan demasiadas cosas a Christian.
Está por abrir una exposición, de la obra que lleva el título de la película ganadora en Cannes de la Palma de Oro este año, y nada parece salirle bien. Le roban el celular, la billetera y los gemelos en la calle, sin que se dé cuenta, y entra en un espiral de agresión y violencia para recuperarlos, a partir de una carta, que le traerán consecuencias.
Lo mismo que lo que haga la agencia de marketing para publicitar The Square. Y la relación que trabe con una periodista estadounidense un tanto hueca (Elisabeth Moss, de Mad Men).
Christian presenta así a The Square, un cuadrado de 4 x 4: “Es un santuario de confianza y cariño. Dentro de sus límites todos compartimos derechos y obligaciones iguales”.
Esa carta amenazadora, ¿no es una exageración? La violencia, o un delito, ¿justifica una mala acción?
Östlund plantea la corrección política y la embarra aún más con los despropósitos de la clase poderosa, sea como la manada que marcha a comer, o ataca, o que aplaude obras que son más para la sátira que otra cosa.
El director tiene maestría a la hora de generar tensión, poner a Christian contra la pared y demostrar que la libertad y la creación no son infinitas, que en la sociedad tienen, lamentablemente o no, un límite. O al menos un costo, cuando las cosas a uno se le van de las manos, sea un performance o una apuesta a un video viral.
Östlund es consecuente con esto. Trata temas como el arte moderno, la banalización y bastardeo del periodismo, los vagabundos, el racismo. Quizás abarque demasiado, aunque su relato dure casi dos horas y media.
En fin, que nos lleva a argumentar sobre lo que vemos y a preguntarnos por nosotros mismos, y hace preguntas a las que no muchos querrán responder en voz alta.