Se atraviesa por distintos grados de ánimo durante la visión de The unicorn, documental íntegramente basado en una serie de filmaciones realizadas durante 2005 y 2007 en un barrio bajo de Nueva York acompañando la vida cotidiana, y la de su familia, de un fracasado músico country que llegó a grabar dos discos comerciales en su vida. La sensación que rápidamente aflora es cómo una película así integra una sección oficial en este festival, aclarando que la vi en el BAFICI de este año. Un aparente excesivo documentalismo, si esa categoría existiera, que se regodean en objetos acumulados sobre muebles durante hace años. Y este personaje casi como salido de una mala literatura.
Tirado en un sillón, Peter Grudzien filma a un hombre que le ordena salirse de esa casa, sólo porque su padre lo exige (después sabrá el espectador quién es ese hombre); la escena tiene dos puntos de vista: el de la cámara de los realizadores que asisten a ese momento y el de la cámara del propio Grudzien, con un sonido más sucio y una toma más desprolija.
Grudzien camina con su ropa estrafalaria por las calles de los barrios bajos, lugar donde sus padres vivieron toda su vida, se pasea por la marcha del Orgullo (única fiesta que celebra), Grudzien es un tipo que no está en sus cabales y nos iremos dando cuenta por qué.
Su hermana, Terry (Teresa) se convierte en un personaje central. ¿En serio es su hermana melliza? Con un diagnóstico de esquizofrenia, dicho al pasar , ella despliega con un habla buena y educada las cosas que hizo ese día, y también sus sueños como elde conseguir un hombre que la ame. La ternura de la locura podría llamarse esa parte. Una locura inmersa en la miseria, el abandono y un pasado traumático.
El padre, que veremos envejecer rápidamente en ese período, bordea los 100 años y se va delineando como el malo de la película: su dolorosa infancia de niño minero y la historia de un Estados Unidos que explotaba y torturaba a sus obreros tanto como a los afroamericanos. La miserabilidad de la vejez podría llamarse ese momento.
Peter escucha todo el día música country frente a sus desvencijados aparatos y parlantes, rodeados por casettes viejos, fotografías en marcos rotos y sillones andrajosos; de pronto asoma Terry y habla del maltrato que recibe de su hermano; de pronto un amigo que se autoasume peligroso porque le gustan las bombas y que no tiene un solo dólar en el bolsillo. Interesante cuando le pregunta a quien esta detrás de cámara si lo recibiría en su casa en el caso que no tuviera dónde vivir. Plano a negro.
La insistencia que tienen los directores en mostrar una y otra vez las fotografías de estas personas, personajes de este documental, se entiende como la insistencia sobre una transformación. ¿Es el mismo bello hombre de la fotografía del copete de esta nota, el extravagante que vemos en pantalla? ¿El mismo niño feliz en las fotografías en blanco y negro?
De aquella sensación de por qué una película así formó parte de la competencia central del BAFICI (y ganó) pasamos a pensar que lo importante de todo Festival también es jugarse a abrir juegos nuevos, cinematografías provocadoras y personajes salidos de la marginación de la historia que nos permitan reconstruir el lado oscuro de una sociedad de traza brillante pero de profundidades que semejan el infierno.
Recomiendo The unicorn para empezar a entender algo de esto.
Se estrena este primer jueves de octubre.