Es probable que este retrato íntimo de un músico con problemas mentales resulte una experiencia tan fascinante como perturbadora y asfixiante. Ganadora del último Bafici porteño, The Unicorn se llama así por el disco de 1974 que publicó Peter Grundzien. Considerado, se lee al principio, uno de los primeros álbumes abiertamente gay de la música country, nada menos. Ícono, para pocos, de una "outsider music", Grundzien es hoy un señor de aspecto excéntrico y algo estrafalario. Ropa oscura, bastón, pipa, pelo largo y delirios de grandeza paranoica. Que abre las puertas de su casa de Queens a los realizadores para este documental que repasa su vida. Como un vampiro que se esconde del sol, el hombre parece guardarse guarda entre esas paredes, atiborradas de objetos, junto a un padre anciano y una hermana esquizofrénica que entra y sale de hospitales psiquiátricos. También él, que se describe como un sujeto mentalmente torturado, da cuenta de su ida y vuelta por los centros de salud mental, con un desapego notable. "Disfruté del electroshock", cuenta. "Después de eso, quedé drogado por un año".
Participante de la revuelta de Stone Wall en 1969, habitual de los desfiles por el orgullo, Grundzien hace sonar alguna de sus guitarras embutido en el sofá de su living. Ahí, reina en el desorden la bandera sureña confederada. Claro que debajo de su historia late la de una familia de la América salvaje, con un padre que trabajó en una mina desde niño, un abuelo asesinado a los veintisiete, una madre que lo encerraba. The Unicorn, que remite a films como Tarnation o Grey Gardens, el film sobre las familiares de Jackie Kennedy, pone en escena a una especie de Daniel Johnston del country, aunque en este caso el protagonista parece más áspero y menos querible. Un personaje con raro talento, atravesado por la enfermedad, de cuya obra se consiguen dos discos, aunque él asegura que grabó cerca de novecientas canciones.