El cine nace desde el género documental, es su vocación primaria. Así lo atestiguan los primeros cortometrajes exhibidos por los hermanos Lumière, como “Obreros Saliendo de la Fábrica” (1895). Desde sus comienzos, la novedad del cinematógrafo se concibió como una posibilidad de registrar acontecimientos civiles y políticos, cuando el cine no poseía un lenguaje narrativo autónomo y el término ficción aún no existía.
El registro fílmico más primitivo fue la materia prima narrativa por medio de la cual el director explicitaba la realidad y ejecutaba un papel mediador, articulando un discurso que siempre debe ser transparente y claro para el espectador. Es importante añadir que, por aquel entonces, no existía el género documental como tal. Recién con el estreno de “Nanook, el Esquimal” (1922) y gracias a la grata recepción del público, Flaherty se convertiría en un pionero en este campo.
La construcción del relato cinematográfico a través del abordaje a los géneros fílmicos nos introduce a las permanentes tensiones bajo las que han convivido el documental y la ficción, delimitados por una difusa línea imaginaria permeable a las transformaciones históricas que ha sufrido el discurso audiovisual. Acaso la fábula mitológica sobre la extraordinaria criatura aquí nos ofrece, mediante su alegoría, un colorido recorrido a través de la retrospectiva biográfica de un cantante, compositor y fotógrafo de atípicas cualidades.
El cine documental intenta arrojar respuestas y verdades acerca de interrogantes de la ‘vida real’ que el cine se propone examinar. Existen ocasiones, en que dicha exploración posee un atractivo extra: singulares figuras cuyo encanto resulta provechoso de capturar, a través de la lente cinematográfica. Peter Grudzien fue de esos seres extravagantes. El fallecido cantante y compositor es retratado en sus años crepusculares a través del documental “The Unicorn”, de Isabelle Dupuis y Tim Geraghty.
Artista inimitable, precursor psicodélico aún sin proponérselo, su lírica abordaba, sin rodeos, la temática homosexual en tiempos de notable menor apertura que si comparamos con la actualidad. De perfil público inescrutable y esquivo carácter (quizás un escudo protector ante la anulación sistemática del aparato más convencionalista), hizo circular su música de forma muy artesanal (y sin demasiada notoriedad) por medio de las tiendas musicales de Astoria (el barrio donde vivía, en N.Y.), su lugar de residencia.
Extraño y excéntrico, Grundzien se consideraba a sí mismo un outsider. Frecuentó bares gays de la nocturna Queens, en tiempos más inclusivos para la comunidad LBGT. Hacia el año 2000, fue contactatado por la documentalista francesa, quien se vio conmovida por la belleza poética de su persona. A través de dos años, el registro documental –incisivo y revelador- acometido por Dupuis nos revela la intimidad de una vida estrambótica. Conoceremos su disfuncional vida familiar, su frágil salud física y mental, también su trajinar diario en el negocio musical. Grudzien, fue un apasionado de la música country, devoto de volcar en su lenguaje musical las inquietudes que emanaban de una vida intensa. No concebía su vida separada de su arte, y este fue un fiel espejo de su estado de ánimo.
Confrontó sus fantasmas, el hostil silencio y la marginación de sus padres, fruto de su elección sexual. No temió pronunciarse acerca de ello, a través de sus canciones. Su arte destilaba una honestidad y una franqueza que no perseguía el éxito comercial ni pretendió ceder ante las modas de la industria. Jamás su elección sexual resultó un pasaporte instrumental para lucrar a través de su arte. Su producción incesante respondía a íntimos designios que jamás contaminaron su perenne motor compositivo.
Con la música como aliada cotidiana, la ambición nunca fue un pecado que captara desprevenido a Grudzien, nos alecciona este originalísimo registro documental con rastros de cinema-verité. Este outsider asumido portó una consecuencia ética y estética infrecuente, pese al caos emotivo que transitó su vida personal: el mito del artista torturado, paranoico y segregado cobrará forma por enésima vez. En la sincera mirada de la realizadora, se percibe la sensibilidad suficiente como para capturar, en una hora y media de metraje, la esencia de un corazón honesto y luminoso.
La dupla de cineastas radiografía el curioso periplo personal y profesional de un músico díscolo, genio musical a los ojos de cierto espectro de público. Con un nimio presupuesto, potencia el artilugio cinematográfico de modo visceral, desnudando sus principales influencias, aderezando delirios rutinarios y destacando su fulgurante vértigo creativo.