Una deidad mítica bajada a la Tierra
El dios del Trueno en la mitología nórdica y germánica, que la Marvel Comics convirtió en superhéroe pop en los años ‘60, vuelve de la mano del director otrora shakespeareano, embarcado ahora en una aventura de superacción con elementos mágicos.
La Marvel Comics refuerza el equipo y hace sinergia, apuntando a Los vengadores, megaproyecto que acaba de entrar en rodaje y está protagonizado por un seleccionado de superhéroes, integrado entre otros por Bruce Banner, Iron Man, el Capitán América y Thor. Los primeros dos ya estaban presentados, faltaban los dos restantes. La película del Capitán América se estrena en julio y aquí tenemos la de Thor, que –cuestión de ir calentando motores– incluye referencias a los otros vengadores y personajes que reaparecerán en esa anunciadísima película. La idea es que, cuando el espectador se enfrente a Los vengadores, tenga la sensación de que todos esos forzudos son amigos de toda la vida.
De todos los superhéroes de la Marvel, Thor es el único preexistente. Se trata, claro, del dios del Trueno en la mitología nórdica y germánica, que Lee y Kirby convirtieron en superhéroe pop en los ’60 y ahora Kenneth Branagh (sí, Kenneth Branagh) relanza al mundo en 3D. A propósito, Thor parecería consumar la tendencia más reciente en relación con el 3D, consistente en usarlo no por alguna cualidad inherente (dar mayor relieve o volumen, aprovechar la profundidad de campo o la “cuarta pared”), sino simplemente porque a las películas en 3D va a verlas más gente que en 2D. Algunos dirán que está mal que sea así, que si se usa debería ser por algo, pero en la medida en que de acá a un tiempo lo más posible es que el cine “normal” sea en 3D, tal vez sea lógico que su uso se naturalice y listo.
Protagonizado por Chris Hemworth, rubio lomudo que aparecía en la última Star Trek, en la primera escena Thor es mostrado como un jovencito fanfarrón, que a punto de ser rey celebra, sonríe y saluda a la parcialidad, como si fuera un ídolo de fútbol americano o Kuzco, protagonista de Las locuras del emperador. Pero Thor no será rey, porque se manda una macana y su padre, Odín, dios de dioses en la mitología nórdica (a Anthony Hopkins le da el pinet), lo expulsa del reino mítico de Asgard, yendo a parar directamente a... la Tierra, año 2011. Eso se explica por la existencia de un puente mágico que permite a los asgardianos atravesar el tiempo y el espacio. En el desierto de Nuevo México recibe a Thor un trío de astrofísicos, que estaba investigando tormentas cuando el dios del Trueno se les cae encima, envuelto en uno. El equipo está integrado por la doctora Jane Foster (Natalie Portman, cada día más linda), el doctor Selvig (Stellan Skarsgärd, único nórdico “auténtico” del elenco) y la ayudante Darcy (Kat Dennings).
Mientras tanto hay conspiraciones en Asgard. Los jotuns, gigantes de hielo y enemigos jurados de los asgardianos, han destronado a Odín y a éste lo sucedió Loki (Tom Hiddleston), hermano intrigante de Thor. Motivo para que los mejores amigos de éste se suban al puente y vengan en su busca, para llevarlo de vuelta allí, permitiendo que –después de unos cuantos hachazos y martillazos– la paz y la justicia vuelvan a reinar en Asgard. Si alguien sonsaca componentes shakespeareanos de estas intrigas, suponiendo que tal vez por eso la gente de la Paramount haya convocado a Kenneth Branagh, la película se ocupa de desdecirlo. En tal caso, lo que narra Thor es la fábula clásica del heredero que deberá mostrarse digno de su condición, para finalmente reinar con justicia y sabiduría.
Thor es eso pero también, obvio, una de superhéroes, con elementos mágicos (el puente, los gigantes de hielo que son como capitanes fríos, el martillo Mjolnir que es como la Excalibur del mito sajón, la propia inmortalidad de los asgardianos), escenas de superacción y una comedia bien terrestre, registro preponderante de la estadía de Thor entre los mortales. La caída del musculoso por los pagos de Nuevo México ayuda a bajarle la pompa real y el monumentalismo de masas a todo el sector Asgard del relato, cuyas vastas estancias palaciegas, torres doradas, millares de súbditos digitalizados y puentes con unos colores como de restorán chino hacen pensar en una relectura contemporánea del kitsch bíblico alla De Mille. O, peor aún, en una versión Las Vegas de las sagas nórdicas que en otros tiempos (y otros espacios, por cierto) desvelaron a Borges.
Ver, después de todo ese kitsch mítico y granítico, al six-pack Hemsworth en remerita, aprendiendo a preparar huevos fritos para el desayuno o exigiendo a gritos un caballo en una veterinaria de mascotas, le da a la película una respiración que los otros tramos ahogan. ¿Que el único sentido que tiene la presencia de los tres astrofísicos es que el muchachito se enamore de la chica? ¿Que Thor carece de la duplicidad que marca como maldición a los héroes Marvel? Bueno, tal vez cuando se junte con Hulk, Iron Man y el Capitán América, ese combo le dé otra dinámica al muchacho. O no...