Un dios caído a la Tierra
El plus lo brinda Kennet Brannagh. El director shakesperiano se da el lujo de detenerse (sin detener la acción) en esas complejidades de los personajes y mostrar los lados oscuros de cada uno de ellos.
Los superhéroes de la Marvel tienen siempre una complejidad que los hace interesantes. Ya sea con sus poderes, con las responsabilidades que éstos le acarrean, con la imposibilidad de llevar adelante una vida común y corriente, pareciera que la diferencia que los caracteriza los vuelve más carne de diván que al resto de los mortales o quizá eso mismo los haga más cercanos a nosotros. Hay algo de mito griego, con esas disputas de los dioses tan humanas y hasta mezquinas, que también subyace en sus bases. Thor es un claro ejemplo de esto pero con la mezcla de otra mitología, la nórdica, en la que funge como el Dios del Trueno.
En la película que lleva su nombre, Thor (Hemsworth) es un joven rebelde y altanero, preso de una soberbia sobrehumana que con el ímpetu y la impunidad de la juventud desafía cualquier reto y vive metiéndose en problemas. Cuando su padre, el rey Odín (Hopkins), intente legarle el trono de Asgard, una intromisión de los Jotuns -los gigantes de hielo, (que luego se sabrá parte de un complot traicionero)-, terminará en una aventura casi fatal comandada por Thor y su consiguiente expulsión del reino, como castigo, para caer en Midgard (la Tierra). Odín entra en un sueño que lo inmoviliza y entonces Loki (Hiddleston), su hijo menor, accede al poder negando el regreso de su hermano y tramando alianzas extrañas. El irascible y pedante héroe se cruzará en la Tierra con Jane Foster (Portman) -quien se volverá su interés romántico-, una científica en busca de los puentes de paso a otros mundos y mientras tanto tendrá que descubrir cómo volver a ser un digno poseedor de su martillo de poder (Mjölnir) para lo que deberá aprender de humildad, a controlar sus humores y, en definitiva, crecer. Que de eso, al fin y al cabo, también se trata Thor, o sea del pasaje de la juventud a la madurez, de la rebeldía irracional a la responsabilidad.
El filme es el típico blockbuster hollywoodense que hace uso y abuso del avance tecnológico en el campo de los efectos digitales, a esta altura es imposible que la imaginación de los guionistas no se permita explorar cualquier locura sabiendo que todo puede ser construido CGI mediante. El plus en este caso le cabe a la elección de Kennet Brannagh en la realización. El director shakesperiano se da el lujo de detenerse (sin detener la acción) en esas complejidades de los personajes y mostrar los lados oscuros de cada uno de ellos. Ni los buenos son tontos de tan buenísimos ni los malos no tienen su razón de ser. Las disputas familiares están a la orden del día y con ellas las revelaciones de orígenes espurios, las manipulaciones que los dioses envalentonados por su poder absoluto tejen con total convicción de su buena acción. Si eso sucede en Asgard, en la Tierra la SHIELD -encabezada por el agente Coulson-, actúa ante la aparición de un “extraterrestre” manejándose como en espejo de aquellos dioses impunes y la gente común ve sucederse todo ante sus ojos sin explicación y sufriendo los conocidos efectos colaterales.
Si las intrigas palaciegas y los parlamentos trágicos fluyen con naturalidad y los pasos de comedia aflojan las tensiones, las secuencias de acción son más de lo mismo -con el mismo vacuo uso del 3D-, pero cada vez más asombrosas. Los nombres convocados para el elenco garantizan sus performances y el protagonista puede demostrar que es algo más que un cuerpo modelado por el gimnasio (del que igual hace ostentación).
Los cameos de Nick Fury (Jackson) y Hawkeye (Renner) y el nombre de Tony Stark-Iron Man siguen anticipando que The Avengers se encuentra cada vez más cerca. En tanto Thor entrega una interesante primera aparición.
Recomendación: quédense hasta después de los títulos de crédito finales.