De las historietas creadas por Stan Lee, ninguna más rara y problemática que Thor, que transformó en superhéroe a un dios de la mitología nórdica. Problemática porque, mientras reventaba a martillazos a monstruos y a villanos enormes, vivía una historia de amor con una mortal, algo poco aceptado por su padre Odín. Siempre fue una tira extravagante y, en su originalidad, atractiva. La versión cinematográfica dirigida por un Kenneth Brannagh reducido a empleado de una compañía –lo que no es en sí malo– es un divertido cuento con algún aire de comedia –hay varios chistes buenos, sin la menor duda– sobre un muchacho arrogante que tiene que demostrar su humildad, y que toma prestados elementos de la saga del Rey Arturo –la subtrama del martillo Mjolnir– y de los cuentos de hadas, hasta que al fin vemos al Poderoso Thor usando como hélice su maza y volando para el último duelo a trompada limpia. Lo que Brannagh demuestra –como lo había hecho en su versión de “Enrique V”– es que sabe manejar la ligereza y el espectáculo, y que supo leer que la historieta de superhéroes es color y diversión –el drama, que lo tiene, o la metáfora social y política, especialidades del primer Stan Lee, son como ese recuerdo que deja en la boca un buen vino–. Los actores en general saben adaptarse a este mundo suntuoso y el film funciona, aunque su eficacia en la memoria es más bien pequeña.