From Her to Eternity
Cerca del final de Thor: Love & Thunder, hay una escena que manifiesta cabalmente el ímpetu de toda la película y termina siendo una declaración de intenciones. En la batalla final contra Gorr -el asesino de dioses que interpreta Christian Bale-, Thor (Chris Hemsworth) le otorga sus poderes a un grupo de niños que están secuestrados por el villano. Usando como armas lo que encuentran (piedras, palos, hasta un peluche de un conejito), los niños acometen contra un ejército de monstruos y los vencen con los poderes del Dios del Trueno. Esa euforia infantil, esa emoción por agarrar los muñecos y hacerlos chocar haciendo ruidos de explosiones, esa fe que puede convertir objetos cotidianos en armas de poder divino, es lo que permea toda la película.
Sin dudas, el responsable de que Thor: Love & Thunder -la vigésimo novena película de la franquicia corporativa más exitosa de nuestros tiempos- todavía pueda darse el lujo de respirar frescura, es Taika Waititi. Podemos especular con que Thor: Love & Thunder posiblemente sea su primera película con libertad creativa total dentro de la fábrica Marvel, después de haber revivido al alicaído personaje en su película anterior, Thor Ragnarok (2017). Posiblemente, Love & Thunder no existiría sin aquella aventura anterior, que por un lado cumplía con el mapa trazado por Kevin Feige y compañía y por el otro reinventaba al personaje haciendo uso extensivo de la vis cómica de Chris Hemsworth, un actor invaluable y -hasta ese momento- desaprovechado. Ragnarok también convertía a Thor en un rockstar: el estandarte de aquella película era la “Immigrant Song” de Led Zeppelin; en esta ocasión es “Sweet Child O’ Mine” de los Guns N’ Roses, cuya estética es una referencia constante.
En Love & Thunder, Waititi luce menos comprometido por la mochila de una narrativa ya trazada pero hay dos que le pesan mucho. Por un lado, la necesidad de conseguir una película bigger and louder que Ragnarok. El guion -coescrito con la realizadora Jennifer Kaytin Robinson- nos pasea por muchos escenarios, nos presenta un puñado de nuevos personajes y toma ocasionales desvíos, algunos para hacernos reír y otros para completar los baches que necesita llenar para contar lo que viene a contar. El resultado es un primer acto bastante caótico para una película que parece no arrancar nunca, como una ventana de Google con muchas pestañas abiertas que hay que ir cerrando de a poco. Por otro lado, el uso -y abuso- del humor, que en Ragnarok permitía desanquilosar a un héroe algo adusto, amenaza con volverse en contra de las intenciones de la película. En los últimos años, el chiste que detona cualquier asomo de solemnidad se ha convertido en la marca del universo cinematográfico de Marvel al punto de convertirse en un gesto evitativo. Esto resulta especialmente nocivo en la medida en que Love & Thunder procura alcanzar una mayor profundidad emocional que la de su predecesora. Sólo en el último acto la película pareciera poder sacudirse el miedo a emocionar, dando como resultado uno de los finales más sentidos de esta larga franquicia.
Si el clímax de la película resulta emocionante y resuena con una profundidad cada vez más inusual en el cine de gran presupuesto, es porque el guion de Robinson y Waititi vuelve a poner en el centro de la escena -o al costado, o a la izquierda, porque el desorden del primer acto resulta difícil de sacudir- al gran ausente del cine de aventuras de los últimos años: el amor, la trama amorosa, complemento irremplazable de cualquier gran aventura. Si Ragnarok rescataba a Hemsworth como actor, Love & Thunder hace lo propio con un personaje todavía más maltratado: Jane Foster (Natalie Portman). Casi diez años después de la última vez que la vimos acompañando al Dios del Trueno, Jane enfrenta problemas mucho más terrenales: un cáncer terminal dictamina que le queda poco tiempo. Mientras busca una cura fuera de los límites de la razón, Jane resulta ser digna portadora del Mjolnir, el martillo que anteriormente empuñara Thor. Los antiguos amantes se reencuentran y, junto a Korg (el propio Taika Waititi) y a Valkyrie (Tessa Thompson), emprenden una aventura para detener a Gorr, un asesino de dioses.
El rescate de Jane Foster es un éxito, por lo menos dentro de los límites de la propia película. Portman brilla, como brilla cualquier gran actor cuando tiene material para trabajar. Waititi hace un esfuerzo titánico por renovar el interés en el personaje, aunque a veces parece que está tratando de sacarle agua a las rocas, cuando intenta construir un pasado de la pareja con el cual podamos conectar (que nunca se contó, que jamás tuvo peso), o cuando da por sentada la química entre Portman y Hemsworth, que es más bien poca y demandaba más escenas para que el espectador la acepte. En este punto, la narrativa patina y obliga al director a reposar en el interminable semillero de estímulos que pueblan la película.
Algo similar ocurre con Gorr, el villano que interpreta un muy comprometido Christian Bale. Si su aspecto parece importado de una película de terror, constantemente parece tratado con actitud timorata, como si la película no quisiera dejarnos demasiado tiempo en la misma habitación con él. Cuando finalmente Bale tiene espacio para dominar el último acto, es que la película puede ahondar en los temas que le preocupan: esto es, la pérdida de la fe, y el amor como la única respuesta posible para la desesperación. Gorr es un padre que ha sufrido la pérdida de su hija porque los dioses desoyeron su llamado; algo de su desamparo resuena en el Dios del Trueno, que puede atestiguar cómo los dioses se han recluido en sus palacios y alejado de las necesidades de la gente.
Llamativamente, uno de los textos más reveladores de la película aparece en una de las dos escenas poscréditos de la película. Zeus (un divertidísimo Russell Crowe) se hace cargo de la pérdida de fe de los hombres en los dioses, y su reemplazo por los superhéroes. El relato narrado, de tradición oral, aparece varias veces en las palabras de Korg, que se encarga de contarles a los niños las aventuras del Hijo de Odín y los suyos. Si los superhéroes son los nuevos dioses, eso significa que, eventualmente, también tendrán su período de declive. Ya podríamos hablar de eso cuando hablamos de la fatiga que estas películas están empezando a generar en los espectadores después de 15 años de éxito sostenido.
¿Cuál es, entonces, el secreto para que la leyenda perdure, para convertirla en mito? Para Love & Thunder, la respuesta parece estar en ese poder que se comparte, que se entrega a un grupo de niños para que puedan luchar a la par de sus héroes. Un Dios vulnerable, como aquella Jane Foster que finalmente logra entrar por las puertas de Valhalla, aceptando la muerte para abrazar la vida; un Dios piadoso, como ese Thor que termina como tutor de la hija de su enemigo. Un Dios que escucha y se ofrece.