Más irreverencia de Taika Waititi con Chris Hemsworth
“Thor: Amor y Trueno” es más de lo mismo pero aún más ridículo y menos gracioso, repitiendo los chistes de “Thor: Ragnarok” (2017) y alargando los pocos nuevos que tiene.
Con Thor: Ragnarok (2017) el director Taika Waititi reinventó al superhéroe vikingo de Marvel, apostando a las dotes cómicas de Chris Hemsworth y apartando al personaje de sus ínfulas shakesperianas hacia algo más irreverente y entretenido. Thor: Amor y Trueno (Thor: Love and Thunder, 2022) es más de lo mismo.
Waititi no tiene el ojo de Sam Raimi para el encuadre ni el oído de James Gunn para el diálogo, pero dentro del establo de realizadores de películas Marvel es el más adepto para decorarlas. Su visión de Thor es una colorida fusión de heavy metal y glam rock, edulcorada por la varita de Mickey Mouse, pero simpática en su intento por afectar el estilo. Lo que le juega en contra es su compulsión por desbaratar cualquier riesgo y deshacer todo momento emocional casi al instante.
La historia tiene un corte infantil. Es narrada por Korg, la criatura rocosa de Ragnarok, ante una audiencia de niños que refleja la de la película. El conflicto también tiene que ver con un grupo de niños, jóvenes Asgardianos que son secuestrados por un ser siniestro llamado Gorr, “Carnicero de los Dioses” (Christian Bale). Gorr se ve tan atemorizador como suena su apodo pero nunca se le permite más maldad que la de un antagonista en una película para niños, ni trasciende la típica problemática Marvel de crear villanos cuyo accionar se opone a lo que supuestamente los motiva.
Del lado de los buenos está Thor, habiendo recuperado su físico herculino pero siempre firme en su papel de hazmerreír. No hay un solo personaje que no lo humille o trate de idiota, ni hay oportunidad en la que no les dé la razón, empezando con los mismísimos Guardianes de la Galaxia (no ven la hora de sacárselo de encima). En su misión por rescatar a los niños se le suman dos aliadas: Valkyrie (Tessa Thompson), habiendo heredado el trono de Asgard de Thor, y su ex novia Jane Foster (Natalie Portman), quien ha heredado su nombre (“Mighty Thor”), martillo y poderes.
Ausente en Ragnarok, Jane regresa esta vez tanto como heroína como interés romántico, aunque no es un papel que se preste a mucha diversión. Tiene cáncer estadio cuarto (no hay quinto) y lo único que la mantiene viva es blandir el martillo de Thor. La relación entre los dos supone el eje emocional de la historia pero la realidad es que la pareja no tiene química que la salve. La poca fricción que atraía al arrogante guerrero y la humilde científica en la primera película ha desaparecido hace varias secuelas. A la altura de Amor y Trueno son personajes intercambiables, capaces de pensar, decir y hacer lo mismo, sin los matices de la atracción mutua.
Tan insípida es la conexión entre los personajes que el narrador se ve obligado a pausar la historia para repasar una relación que parece haber transcurrido totalmente fuera de cámara. En tres películas Thor y Jane apenas han sido capaces de producir, a último minuto, un montaje apurado de una relación que florece y se desintegra con el calibre de una romcom mediocre. Menuda historia de amor. O trueno.