Graciosa pero despareja, la nueva película de la saga asgardiana de Marvel marca el reencuentro del protagonista con su ex pareja para combatir a un brutal y vengativo asesino de dioses. Con Chris Hemsworth, Natalie Portman, Tessa Thompson y Christian Bale.
El otro día veía una entrevista que Taika Waititi daba en un talk show nocturno de la TV estadounidense. Como sucede siempre que aparece en circunstancias así, uno tiene la sensación de estar ante un entertainer consumado, más un actor-comediante –rápido para las ocurrencias, inteligente y un tanto extravagante– que un director de cine. Sus peculiaridades y obsesiones personales tienden a aparecer en sus entrevistas y en sus películas se mantienen idénticas. Uno ve THOR: LOVE AND THUNDER (o Thor Four, que sin duda era mejor título) y no duda que está viendo a alguien jugar con la idea de hacer una película de superhéroes, un tipo que se toma el trabajo con liviandad y alegría, y trata de adaptar la maquinaria Marvel a sus deseos personales. ¿Lo logra? No siempre, no todo el tiempo. Pero trata. Y si uno analiza la película en relación al tronco corporativo en el que se inserta, no hay dudas que es un film personal. No sé si es bueno, realmente, pero es inequívocamente suyo.
La extrañeza de esta THOR es que en ella parecen convivir tres películas a la vez, todas radicalmente distintas entre sí. Y no siempre es fácil que la transición entre unas y otras sea fluida. Por un lado tenemos un film Waititi puro: casi una parodia de una película de superhéroes, algo que se parece por momentos más a un sketch de Monty Python que a cualquier otro título de Marvel (bueno, salvo la anterior de THOR, que era suya también). Por otro lado tenemos un grave drama que incluye, entre otras desgracias, a niños muertos, niños secuestrados, personas con cáncer terminal y situaciones emocionalmente densas. Y la tercera pata del asunto es la película de acción que se toma en serio a sí misma y que nos recuerda que, pese a las aparentes diferencias, esto sigue formando parte del Universo Marvel.
La combinación no funciona demasiado bien –es difícil pasar de un chiste grueso o el cameo absurdo de algún famoso a ver a una persona en quimioterapia o a otro enterrando a su niña–, por lo que THOR se disfruta de modo esporádico, por momentos, cuando algún gag sale bien o cuando el carisma y talento para la comedia de su elenco permite momentos de lucimiento. Y por más que Natalie Portman esté un poco a la cabeza promocional de este título claramente woke de Marvel (la empresa hace todos los esfuerzos posibles por emparejar su universo que arrancó siendo muy masculino), el que se roba la película sigue siendo Chris Hemsworth, alguien que entiende el timing cómico y el humor de Waititi como pocos.
La película arranca en frío, directamente, con una escena trágica que explica el origen de Gorr, el villano de turno, el «Carnicero de Dioses» interpretado por Christian Bale con su seriedad e intensidad acostumbrada. Y de ahí pasa a mostrar que uno de los personajes principales del film está en la etapa cuatro de un cáncer. Si uno vio el gracioso trailer pensará que se equivocó de película. Pero no. Dos minutos después, Waititi nos introduce en un tono de cuento infantil. Es Korg (el amigo de Thor, que interpreta, vocalmente al menos, el propio director) el que le relata a unos niños la leyenda del ex Rey de Asgard, resumiendo en tono de broma las mil desventuras de la musculosa deidad, acompañado en esos flashbacks por otros personajes del MCU. Y de ahí llegamos al llamado Nuevo Asgard, convertido en un disparatado parque temático de variopintas leyendas nórdicas, con una actividad más absurda que la siguiente.
Durante un buen trecho –y salvo por una primera y larga escena de acción que conecta a los distintos personajes–, la película irá más que nada por el lado de la comedia, con Waititi apostando a las confusiones entre Thor y su ex pareja, la Dr. Jane Foster (Portman) que, como han visto en todos los adelantos, tiene acceso y control del poderoso martillo Mjölnir, con el aporte de Tessa Thompson como Valquiria, la actual reina de Nuevo Asgard, un título que es más administrativo que otra cosa. Junto a Korg, el trío viajará de una manera un tanto extravagante (aunque fiel, aparentemente, a ciertas leyendas nórdicas) a buscar y a derrotar a Gorr, que ha secuestrado a unos niños de la ciudad y se dispone a usarlos para cumplir su cometido: vengarse de los Dioses que dejaron morir a su hija y lo engañaron con falsas promesas.
Y así, a lo largo de dos horas, THOR: AMOR Y TRUENO irá de la comedia más pura y dura (una convención de dioses, con un veterano y célebre actor en un papel clave, es la escena más absurda y divertida de todas) a enfrentamientos casi programáticos de la línea Marvel en los que Waititi parece dar un paso al costado y cederle la dirección al equipo de efectos especiales, para volver de ahí al humor disparatado y, en la escena siguiente, a alguna situación dramática potente. Es un estilo que se acerca al de James Gunn en la saga GUARDIANES DE LA GALAXIA –la mezcla de drama y absurdo, la música retro ochentosa, el uso de personajes bizarros– pero aún más idiosincrático y personal, ya que Waititi siempre parece jugar como un niño con las reglas y convenciones de los mitos nórdicos, cuya impostura y gravedad los hace muy aptos para la parodia. No muy distinto, de hecho, a lo que ha hecho en WHAT WE DO IN THE SHADOWS y hasta en JOJO RABBIT: elegir personajes que se toman muy en serio a sí mismos (dioses, vampiros, nazis) y ridiculizar su pomposidad.
Pese a sus evidentes desniveles, al menos THOR 4 ofrece momentos divertidos y gags que van más allá de las bromas verbales de guionista cool que plagan las películas del MCU. Waititi sabe usar el absurdo verbal, pero también el visual, y sus yuxtaposiciones a veces funcionan muy bien. Buena parte del mérito es de Hemsworth, que lleva esas contradicciones como bandera: su look y figura heroica se chocan con su humor autoparódico y su personalidad un tanto insegura. Es más difícil para Portman, que no es una actriz que usualmente trabaje en este tipo de estilo de comedia tan ampuloso, por lo que la parte más dramática/romántica de la película se debilita un poco, pierde peso en el balance final. La saga de THOR, desde que la tomó el realizador neocelandés, se ha vuelto la más simpática, personal y accesible de las puertas de entrada al MCU. No será un logro demasiado memorable pero, en el monotemático ecosistema cinematográfico en el que vivimos, peor es nada.