Ahí está el chiste
¿De qué va? Tras los sucesos de Avengers: Endgame, Thor Odinson atraviesa un conflicto espiritual sobre su persona. Pero la aparición de un asesino de dioses y el regreso de un viejo amor hacen que el Dios del Trueno se calce nuevamente a Stormbreaker al hombro para salvar el día una vez más.
Es curioso como Taika Waititi en Thor: Ragnarok logra establecer las bases de un personaje que estaba a la deriva. Gracias a las puertas que abrió James Gunn con sus Guardianes…, la comedia aparecía en la saga marvelita no solo como recurso que preestablecía a las películas para ser disfrutadas por un público de masas, sino como un género. De esta forma, contando con dos entregas que pecan de olvidables, Waititi decide hacerse con sus propias armas para moldear a este Thor que sufría de falta de personalidad.Como resultado, Ragnarok presenta a un Thor aún más canchero, pero no por eso menos amigable y comprensible.
Desde Infinity War a Endgame, la presencia de Chris Hemsworth como el Dios del Trueno es catalítica y descontracturante, acompaña al conflicto sin involucrarse en demasía y logra su prometido; auto parodiarse. Es en esta autoparodia que se para Thor: Amor y Trueno, acrecentando las falencias del personaje, como el narcisismo y la falta de compañerismo.
Desde el inicio, presenciamos una voz en off del mismo Waititi que nos relata el crecimiento y las odiseas de este Dios rodeado de dilemas existenciales. Apoyándose en el personaje de Korg, el mismo director es el que presenta, de forma directa, su “creación”, exuberante y multicolor. Pero, tras un primer acto que se dedica a presentar al nuevo villano y los héroes que acompañarán al protagonista en su aventura, la película se pierde en la repetición autoral, dejando entrever la falta de originalidad y de trascendencia.
Con una planificación que no busca más que la espectacularidad inmediata -repitiendo planos no solo en el mismo film, sino de la entrega anterior-, Waititi parece no ejercer el mínimo esfuerzo, confiando en que “su” Thor es lo suficientemente carismático y poderoso para llevar adelante una trama que peca de predecible.
A esta altura, que el espectador revele los hilos del plan maestro del villano o del clímax por delante no es un problema mayor, pero sí lo es cuando el cómo -el relato, lo que le da forma a la historia- no se preocupa en esconder aquellos mecanismos tan ruidosos y estridentes.
Confiando en los gags fáciles y los remates absurdos, la película termina de hundirse cuando la Dra. Jane Foster – ahora Mighty Thor – recurre al mismo humor que sus compañeros, cancelando todo tipo de tridimensionalidad. De esta forma, todo el grupo parece estar parado detrás de una pared de ladrillos, esperando las risas de un público que se satisface con la más mínima estupidez. Ni siquiera Gorr, el “carnicero de dioses” interpretado por el siempre enorme Christian Bale, logra traer el diferencial con su sed de venganza interplanetaria. Su poderío queda relegado a la mera presencia de un villano genérico que no ofrece más que risas malévolas y un plan tan obvio como ingenuo.
Thor: Amor y Trueno es el claro ejemplo de que esta saga infinita se encapricha más en sacar a relucir la vasta galería de personajes comiqueros que tiene la casa productora que en contemplar cuál de ellos tiene un potencial a desarrollar.
Thor, un personaje cuya involución se traduce como la mera presencia de Hemsworth esforzándose en hacer reír bañado en aceite de bebé, termina por demostrar que no es apto más que para ser el secundario de alguna que otra aventura superheroica que ronda por ahí. Lo que logra en entregas anteriores, situaciones catalíticas que cumplen con lo justo y lo necesario, acá se repite hasta el hartazgo, haciendo que el espectador transforme su risa en un leve suspiro de compromiso.