UNA HISTORIA DE HERMANDAD
Se podría definir a Thor: amor y trueno con apenas una palabra: “recargado”. Pero ese término puede ser engañoso: no es tanto Thor: Ragnarok recargado, sino Taika Waititi -y un poco Chris Hemsworth- recargados, lo cual no es exactamente lo mismo. Especialmente el realizador, y en buena medida el protagonista, son figuras que no parecen conformarse con apelar a las herramientas que suelen dominar con mayor facilidad (como la comedia absurda y disparatada), sino que también procuran explorar nuevas superficies narrativas y estéticas. Es lo que hacen aquí, con resultados estimulantes, aunque ciertamente desparejos.
A medida que pasan los minutos, va quedando claro que Thor es posiblemente el único personaje relevante de Marvel que sigue haciendo la suya, apartado de la trama principal en la que está ocupado el Universo Cinemático de Marvel, es decir, el Multiverso. Thor está en su propio universo, casi literalmente, aunque más que nada psicológicamente: para lidiar con sus tragedias (personales, afectivas, incluso morales), se construye una realidad paralela donde él es un héroe alocado y egocéntrico, aunque también sensible, y casi inverosímil. Esta nueva entrega lo encuentra teniendo que enfrentarse con Gorr (Christian Bale), un villano que, a partir de la muerte de su hija, busca vengarse de todos los dioses y ha emprendido una misión para aniquilarlos a todos. Frente a ese enemigo, contará con una aliada inesperada: Jane Foster (Natalie Portman), convertida en Mighty Thor y en la nueva portadora de su martillo roto, ahora reconstruido.
Lo llamativo de Thor: amor y trueno es cómo, por un lado, es una continuidad de las tonalidades pop de Thor: Ragnarok, introduciendo elementos que la vinculan con referentes de la aventura ochentosa como Conan el bárbaro y Flash Gordon, pero a la vez utiliza esa base conceptual para ir hacia otro lugar. Un lugar que está lejos de ser el relato feminista que podía esperarse: no se trata de mostrar que las mujeres también pueden pelear o de delinear una bajada de línea woke (por más que haya referencias puntuales a la sexualidad de varios personajes), simplemente porque el film no lo considera necesario y a lo sumo deja, inteligentemente, que sean las acciones las que expresen un discurso ideológico. En cambio, progresivamente, va construyendo un drama romántico, casi trágico incluso, que se complementa y retroalimenta con el pasado trágico de Thor. Y que, a su vez, dialoga con las motivaciones de Gorr, un antagonista que, más que un ser maligno, es uno desgraciado, alguien que, frente a la ingratitud e indiferencia de los dioses, con su fe quebrada, solo encuentra en la venganza un sentido existencial.
Al fin y al cabo, en Thor: amor y trueno, está sobrevolando permanentemente el miedo a la pérdida y el dolor, que encuentran en la aventura desenfrenada una mascarada que les permite seguir adelante a sus protagonistas. Y decimos protagonistas porque ese temor aqueja a Thor, pero también a Jane Foster, la Reina Valkyria (Tessa Thompson) y hasta a Korg (Waititi). Para sostener ese ensamblaje narrativo y temático, la película no elige volcarse a un género en particular, sino ensamblarlos un poco a todos, la cual es una elección arriesgada y que no termina de tener toda la solidez necesaria. A eso se suma que la trama posee una estructura algo repetitiva, de sucesivos enfrentamientos que desgastan algo la narración. Asimismo, se nota de manera cabal que Portman -cuyo personaje es una parte fundamental de la historia, desde sus dilemas internos y cómo conecta con los de Thor- no está cómoda en la comedia, lo cual le resta credibilidad al espíritu aventurero que pretende preservar el film.
Pero, a cambio, Thor: amor y trueno ofrece una honestidad apabullante en su propuesta, además de una sumatoria de ideas -el Zeus lascivo de Russell Crowe, el improvisado ejército de niños en la batalla final- tan desquiciadas como atractivas. A la vez, si bien podemos dudar sobre qué más tiene para contar y dar el Dios del Trueno, también deja una puerta abierta que ratifica que está, al menos por ahora, en un lugar distinto al resto de los Vengadores. Lo mismo se puede decir de Waititi y Hemsworth como co-creadores de la saga. Y todo eso, en contexto tan estructurado y planificado como el de Marvel, no deja de ser muy saludable.