Después de una olvidable segunda parte, la nueva película de Thor tenía la tarea de desempatar el partido que jugó esta trilogía en el resto del Universo Cinematográfico de Marvel. Con una película de presentación al mejor estilo shakespeariano de Kenneth Branagh y una secuela que no estuvo a la altura de las circunstancias, Thor: Ragnarok (2017) viene a inclinar la balanza para el lado del humor, cerrando así la trilogía más desprolija de todo el MCU.
Anticipada, sobre todo por su contenido estilístico y por el fervor que despierta siempre un director independiente a cargo de una franquicia multimillonaria, la campaña publicitaria de la película se sostuvo en los pilares fundamentales de cualquier película que se precie de taquillera en estas épocas: una estética retro, referencias a la cultura pop y música que acompañe el combo nostálgico. Algo muy similar a lo que hizo en su momento Guardianes de la Galaxia (Guardians of the Galaxy, 2014) y repitió con éxito este año en su secuela.
Al igual que aquélla, Thor: Ragnarok tiene que recordarle permanentemente al público que seguimos dentro del Universo Cinematográfico que Marvel viene construyendo hace ya casi diez años, para no perdernos en este mundillo psicodélico de planetas alienígenas, naves monstruosas y seres extraños. Pero tiene muchos más elementos para hacerlo, incluyendo a dos de los mismísimos Avengers, que explota a base de chistes autorreferenciales y comedia de situación. Las aventuras de Hulk y Thor, para los más chicos, y los chistes subidos de tono, para los más grandes. Todos contentos.
A fin de reforzar la idea de que seguimos en ese universo tan esmeradamente construido, la película retoma la escena post-créditos de su nuevo protagonista: el Doctor Stephen Strange (Benedict Cumberbatch) y utiliza algunos recursos muy divertidos para recordarnos en qué quedó todo luego de aquella olvidable segunda parte. Algunos giros a la trama y ya tenemos la justificación para todo un capítulo nuevo en la historia del -hasta hace poco- Avenger menos popular.
En esta entrega, además, Marvel se hace eco del desatendido reclamo tras casi una década sin protagonistas femeninas, a excepción de una decorativa Black Widow (Scarlett Johansson) y una tibia Scarlet Witch (Elizabeth Olsen). Es así como incluye a una poderosa guerrera devenida en cazarrecompensas con un previsible pasado y aún más previsible futuro, que sin embargo le hace mucho bien a la dinámica de la película. Y una carismática villana encarnada por Cate Blanchett, desaprovechadísima en un papel que podría haber sido glorioso si no le dieran las migajas del tiempo sobrante en pantalla.
Con algunos personajes demás y algunos conflictos de menos, olvidando la solemnidad de la primera y el sinsentido de la segunda, con sus típicos villanos y monstruos marvelitas que parecen demasiado poderosos para ser derrotados por el (o los) héroes (o heroínas) de turno, con mucho autobombo y un insistente abuso de sintetizadores, la película se las arregla para no ser un despropósito absoluto sino más bien una de las entregas más divertidas del MCU y -notablemente- una que ha aprendido a darle a sus directores cierta soltura de movimiento en pos de incluir productos con más personalidad en este ecléctico pero sólido universo.