Valhalla I´m coming
Taika Waititi estaba en una posición inmejorable: a esta altura, Marvel ha desarrollado una máquina de hacer películas cuyo éxito en términos de crítica y taquilla está prácticamente asegurado. En este contexto de inimputabilidad, el director neozelandés tomó las riendas de una de las propiedades que menos alegrías le han dispensado a la empresa: Thor, hijo de Odín, el Dios del Trueno. Se trata de uno los personajes de Marvel (el otro es Capitán América) que venía recibiendo un trato bastante solemne, en consonancia con la mitología nórdica que lo inspiró. Ragnarok lleva al personaje en sentido contrario.
Antes de hablar de la película, conviene aclarar algo: a contramano de lo que la mayoría de los críticos ha comentado sobre ella, Thor: Ragnarok no es una comedia. Es una película de acción, fantasía y aventuras con toneladas de humor y calidez. Los chistes afloran de la misma manera que lo hacen en Indiana Jones y la Última Cruzada o en Volver al futuro, a tono con un concepto de cine de entretenimiento que Hollywood perfeccionó a lo largo de la década del 80′.
Ragnarok está construida en base a una operación fundamental del cine narrativo: poner al protagonista en problemas. Al enterarse de que el evento del título amenaza con destruir Asgard, Thor regresa a su reino para encontrar que su tramposo hermano Loki (Tom Hiddleston) ha usurpado el trono de Odín (Anthony Hopkins), padre de ambos. Para colmo de males, el dios de un solo ojo les revela un terrible secreto: Hela (Cate Blanchett), diosa de la muerte e hija suya, se ha liberado de sus cadenas y viene para dominar Asgard. Los poderes de Hela sobrepasan por mucho los de Thor: sin mucho esfuerzo, la diosa estruja el martillo del Dios del Trueno y lo destierra. Thor termina en Sakaar, un planeta en el que The Grandmaster (Jeff Goldblum) se dedica a organizar torneos de gladiadores. Capturado por Valkyrie (Tessa Thompson) y rodeado de un abanico de personajes decadentes que no lo respetan en lo más mínimo, se ve obligado a pelear contra el gran campeón de esos torneos para obtener su libertad. De esa manera podrá volver a Asgard, vencer a Hela y evitar el Ragnarok.
Las situaciones humorísticas fluyen con la trama, se entrelazan con ella, pero la película siempre tiene claro cuándo es necesario imprimirle urgencia, dramatismo y épica. En ese sentido es que la labor de Taika Waititi resulta encomiable: las costuras entre su autoría y el molde prefabricado por Marvel se funden y el resultado convence a todos. Esto se logra porque Thor: Ragnarok es una sentida carta de amor al cómic en sentido amplio: el uso de colores intensos y saturados que remite a los 60´y los 70´, cuando el trabajo de color era más esquemático y precario que el actual; sus encuadres y la fluidez del trabajo de cámara le dan un vértigo y una plasticidad análogas a la del arte secuencial. Y no sólo se trata de un homenaje al cómic norteamericano: el humor parece sacado de las páginas de Ásterix, como si los diálogos entre el Dios del Trueno y e Increíble Hulk fueran la encarnación de más alto presupuesto de las andanzas del héroe galo y su amigo Óbelix.
En cuanto a la inevitable referencia a los 80′, Ragnarok es un inmejorable exponente de cómo esta tendencia puede capitalizarse para hacer grandes piezas audiovisuales. En una época donde Stranger Things copia y pega referencias directas al cine de aquellos años y se ata al homenaje (teniendo méritos propios que podría explotar mucho más), Taika Waititi adopta un código, un espíritu, un tono que trae ese cine al presente y lo mantiene vivo.