Dios del trueno y la comedia
Sin abandonar la acción ni el universo de Los Vengadores, la tercera película de Thor se ríe de sí misma.
La primera escena de Thor: Ragnarok es una declaración de principios. Ahí tenemos al héroe en dificultades, pero no tan preocupado como para privarse de romper la cuarta pared y decirnos algo así como “te preguntarás qué hago encadenado en esta jaula y cómo llegué a esta situación”. Enseguida se revela que en realidad le está hablando a un esqueleto, y es como si nos estuvieran avisando: esto no va a ser tan transgresor como Deadpool (que, entre otras incorrecciones, se la pasaba dialogando con el público), pero el espíritu es ése.
Hay al menos tres formas eficaces de poner a volar y pelear a gente con capas, trajes de lycra y superpoderes sin caer en el ridículo. Una es mostrarlos como seres humanos especiales pero conflictuados (la saga X-Men, Logan). Otra variante parecida es llevar todo a un extremo de violencia y oscuridad existencialista (trilogía del Caballero Oscuro, de Christopher Nolan). La tercera es abrazar el ridículo y reírse con ese tipo musculoso y volador.
Este último fue el camino que los estudios Marvel/Disney tomaron para Thor: Ragnarok. No es casual que el director elegido haya sido Taika Waititi, que codirigió (y protagonizó) la desopilante What We Do in the Shadows (2014), una sátira sobre vampiros en clave de falso documental. En varias entrevistas, el neozelandés citó como máxima influencia a Rescate en el Barrio Chino, aquel delirio ochentoso de John Carpenter, con Kurt Russell. Podrían agregarse más: la principal, por el tono juguetón, es el Batman de Adam West, con una villana sexy (Cate Blanchett), un villano psicodélico (Jeff Goldblum, en un gran regreso) y trompadas en serio pero no tanto. Otra podría ser Flash Gordon -o tantas películas de ciencia ficción de los ‘70/’80- por esos escenarios espaciales berretones, de plástico, en este caso con toda intención.
En este elenco de primera, Chris Hemsworth muestra que sus dotes de comediante están a la altura de sus bíceps. Es tan capaz de ser gracioso como de dar la talla de superhéroe, dualidad clave para que la película, aun cómica, no deje de pertenecer al universo de Los Vengadores. Hay una trama “seria” bastante respetable -aunque se hace larga- y, entre otros guiños, aparecen Doctor Strange y Hulk (tiene grandes momentos), como para que ningún fanático pida que le devuelvan el dinero de la entrada.