Dentro de la factoría Marvel, la saga Thor se caracterizó por ser la más kitsch y fantástica. El diseño de la ciudad de Asgard y su entramado mitológico siempre tuvieron algo plástico, un destello new age. Y el director de esta tercera entrega, Taika Waititi, responsable de la genial Lo que hacemos en las sombras (2014), quiso capitalizar este aspecto al límite, llevándolo al terreno de la parodia. El resultado es desconcertante: es y no es una película de Thor, y esta dualidad no siempre resulta favorable.
Aquí la comicidad no está inserta como bocadillos que alegran la acción: todo en este filme intenta ser desfachatado y cool, proponiendo un revival en clave posmoderna del cine clase B de ciencia ficción de los ochenta. Algo así como un híbrido entre Guardianes de la Galaxia y Kick Ass.
¿Pero resiste Thor estas nuevas reglas estéticas?, ¿merece el Dios del Trueno ser musicalizado con samplers y sintetizadores? Si pensamos en Chris Hemsworth, sí: el actor avasalla con su carisma y maneja el timing con eficacia. Si pensamos en Thor, no: el personaje queda despojado de relieve dramático, su tragedia cortesana pierde gravedad y termina siendo una parodia de sí mismo. A este péndulo de identidad se enfrenta Thor: Ragnarok en sus más de dos horas de metraje.
Es cierto que los guiones de Thor nunca fueron sólidos, deudores de un cotillón intergaláctico que todo lo permitía. Pero en su afán hiperbólico, Waititi desbarranca la verosimilitud para regirse por el más salvaje capricho. Las andanzas de Thor y su mediohermano Loki en un planeta carnavalesco no tienen ningún asidero; uno siente que todo sucede para que de la conjunción de elementos salgan buenos chistes. Probablemente ése sea el problema medular de la película: se preocupa más por ser graciosa que por establecer una parábola. El humor omnipresente, inclusive, corroe los momentos tensos, ahueca las batallas, le quita empatía a los héroes.
Otro mal del universo Marvel es su obsesión por generar un gran tejido fílmico con cruces, cameos y compatibilidad de tramas. Cuando no interfiere en la unidad del filme, la intertextualidad puede ser simpática, como sucedía en Ant o la última de Spider-Man. No es éste el caso: la aparición de Doctor Strange y Hulk exceden la anécdota y entorpecen el pulso narrativo.
Waititi asumió riesgos extremos y el elenco sintonizó con la propuesta. Cate Blanchett y Jeff Goldblum parecen estar encantados con sus papeles bufonescos. El problema es que entre esta concepción pop de Thor y la tradicional no hubo ningún puente. Los admiradores del superhéroe se enfrentarán a una dura prueba de tolerancia.