La comunidad de las galaxias
Iron Man tiene su sarcasmo, Hulk tiene su esquizofrenia, hasta el Capitán América tiene su rectitud moral para sacar a lucir como personalidad. ¿Qué le queda a Thor sino ser el “bruto descerebrado” (palabras de Loki) del grupo súper-heroico de Marvel? Con Thor, lo que ves es lo que hay, y quizás fue el error de la primera película Thor (2011) enfocarse demasiado sobre un personaje llano y sin origen palpable. En las películas será un extraterrestre del planeta Asgard, pero en la mitología nórdica es el Dios del Trueno, y los dioses nunca son demasiado interesantes como personajes. Se definen por sus atributos (ej. el trueno, el martillo), no por sus personalidades.
Afortunadamente el Thor (Chris Hemsworth) de Thor: Un mundo oscuro (Thor: The Dark World, 2013) es una pieza más en la guerra cósmica entre los Asgardianos y los Elfos Oscuros. El conflicto se remonta a un prólogo desgarrado totalmente de El señor de los anillos, en el que las fuerzas de Asgard y los Elfos batallan en no-Mordor por el control de un no-Anillo llamado “Éter”, cuyo poder es capaz de arrasar con el universo entero. La batalla presume el fin de los Elfos y el Éter. Cuando los Elfos y el Éter resurgen inevitablemente, Thor se alía con su némesis Loki (Tom Hiddleston) para detener el fin del universo, que involucra gigantes de lava, lagartijas gigantes, naves espaciales, naves espaciales más grandes, portales y explicaciones astrofísicas chantas.
El resultado es una historia con las pretensiones épicas de El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo y el absurdo político-intergaláctico de las precuelas de La guerra de las galaxias, acentuado por tener a la ex Padme Amidala Natalie Portman vestida de princesa en un Asgard calcado del Naboo de Star Wars: Episodio I - La amenaza fantasma (The Phantom Menace, 1999) y con soniditos alquilados de Lucasfilm. Lo que salva a este menjunje de aventuras y escapadas es la característica levedad de Marvel con la que la película está hecha. Es divertida y mantiene buen ritmo con reveses y contratiempos. Se mete en la ciencia ficción con el goce de un niño, inventando granadas que causan agujeros negros, lanzas que disparan haces de fuego y un sistema de portales interplanetarios que es llevado al extremo a lo largo de la espectacular batalla final.
La película nunca se toma demasiado en serio a sí misma y obviando el tórrido romance entre Thor y Jane (Natalie Portman), sus actores se prestan con entusiasmo a la charada. Tom Hiddleston encuentra el punto exacto como Loki, otrora villano designado de la primera película y de The Avengers: Los vengadores (The Advengers, 2012), ahora relegado a un papel secundario en el que se despliega con un poco más de relieve y candor cómico. Como antagonista resultaba aburrido y no muy amenazante, es más divertido tenerlo al margen de la trama, robándose accidentalmente sus escenas con zalamerías afeminadas y maquinaciones más sutiles. Del lado de los humanos están Stellan Skarsgard y Kat Dennings a modo de relevo cómico, siempre efectivos.
Thor sigue siendo el personaje menos interesante del elenco de Marvel, pero ahora que hemos pasado de introducciones anda suelto y despreocupado por la mega franquicia, sacando películas cual diarero. Su nueva película tiene toda la profundidad y todo el encanto de un cómic sacado al azar de la estantería (además de doblemente espectacular). Y nuevamente esperen no una sino dos escenas post-créditos: una puramente a modo de chiste y otra desfachatadamente críptica e incomprensible, sin duda señalando nuevas y más costosas entregas Marvel.