A diferencia de sus más mundanos colegas superhéroes, Thor al menos se las arregla sólo porque realmente no le queda otra (el arcoiris intergaláctico no parece llegar hasta la casa de Tony Stark), y a lo sumo, si se pliega al equipo Avengers, es porque parte de la culpa tiene, ya que después de todo quien desata el caos es por lo general su hermanito. Su orgullo y carácter testarudo justifican que actúe solo, y con su chipote chillón basta y sobra para combatir el mal. O al menos eso es lo que parece, hasta que el nuevo villano de turno asoma su malévolo rostro y jura y perjura ser más malo -malísimo- que el anterior (suponiendo que el anterior fue el hombre de hojalata gigante del final de la primera parte, en una disputa muy Power Ranger).
Lo cierto es que, una vez más, el villano de turno es la nada misma, y el clímax de la batalla final es tan sólo una excusa para abrir otro capítulo del interminable universo Marvel. Como era de esperarse, Loki, el hermano del Dios musculoso, resulta tan atractivo como siempre (es lo mejor de la película), y por ello se guarda sus planes demoníacos para futuras aventuras (que, a este paso y mientras la taquilla rinda, probablemente jamás terminen de concluir). Cómo alguien puede seguir confiando en él luego de tratar de destruir un planeta entero es cosa de esa moral absurda de los superhéroes.
Thor: Un Mundo Oscuro no presenta ningún avance respecto a su antecesora, sino que por el contrario resulta menos efectiva justamente porque todo se basa en figuritas repetidas. Inclusive Asgard, el gran hallazgo visual desde el diseño de producción, se ve deslucido y tedioso. Si el film de Kenneth Branagh, pese a no ser ninguna obra maestra, salía a flote gracias a su humor, aquí las únicas líneas simpáticas le pertenecen a Loki (Tom Hiddleston), y mientras que Thor (Chris Hemsworth) parece haber perdido su encanto, Natalie Portman termina de confirmar que su personaje no tiene ninguna relevancia. Para convencernos de ello, el director Alan Taylor la utiliza directamente como macguffin, y luego descarta su historia amorosa con la del Dios nórdico con una indiferencia tan increible como risible.