Un mundo vacío
Había que reconocerle a Thor que, sin ser un gran film de superhéroes, no dejaba de ser bastante atendible, básicamente porque Kenneth Branagh se interesaba, y mucho, por el drama familiar que se iba desenvolviendo entre el dios del trueno (Chris Hemsworth), su padre Odín (Anthony Hopkins) y su hermano Loki (Tom Hiddleston) como disparador de otras subtramas, el romance y la aventura. A la hora de la acción, la película no tenía demasiado para dar, pero le alcanzaba para ser una digna introducción a Los Vengadores -con la presentación de un villano ambiguo, complejo y carismático, capaz de sobrevivir frente a cualquier tipo de obstáculo y/o derrota- sin dejar de poseer cierta autonomía en cuanto a la configuración de su mundo.
Alan Taylor, director que ganó prestigio a partir de su trabajo en la serie Game of thrones, parecía ser una elección bastante acertada para la realización de Thor: un mundo oscuro. Sin embargo, había que tener en cuenta lo siguiente: la serie de HBO va construyendo y cimentando su multitud de historias, todas entrelazadas, a lo largo de varias temporadas de trece capítulos cada una, donde lo que importa y tiene más peso son las intrigas palaciegas, en detrimento de las batallas, violentas y espectaculares sí, pero que son más bien consecuencias lógicas de las interacciones de diverso tipo (románticas, familiares, políticas, éticas) entre los personajes. En cambio, la secuela de Marvel pretende contar muchas cosas (que encima se vinculan con films anteriores y futuros) en apenas dos horas, y lo que hace avanzar más que nada el relato son las escenas de acción. Quizás por eso Taylor casi nunca consigue imprimirle vigor a la narración o generar empatía por los protagonistas.
Pero lo cierto es que Taylor no es el único responsable de las fallas en la película. El guión de Christopher Yost, Christopher Markus y Stephen McFeely (con historia de Don Payne y Robert Rodat) hace desfilar una multitud de figuras casi de cartón, cuyos papeles jamás adquieren relevancia: poco importan y/o conmueven las diferencias de puntos de vista entre Thor y Odín; el renacimiento de su romance con Jane Foster (Natalie Portman); su aparente tensión sexual con la Sif que hace Jaimie Alexander (apenas algunas miradas o frases, dando la impresión de que mucho quedó en la sala de montaje); o lo que puedan aportar sus compañeros de armas. Menos aún Malekith el Maldito (Christopher Eccleston), un antagonista sin gracia o atractivo, que quiere destruir todos los universos vaya a saberse por qué. Apenas tenemos algunas líneas de diálogos bastante humorísticas aportadas por Darcy Lewis (Kat Dennings) y Erik Selvig (Stellan Skarsgård), aunque lo mejor vuelve a ser Loki, gracias a la solvencia y desparpajo de Hiddleston, el único que entiende bien de qué viene el asunto y da la impresión de reírse de todo y de todos, aún en los momentos más trágicos.
Hasta en la banda sonora -redundante en los momentos dramáticos, sin aliento épico en los de acción- se le notan las deficiencias a Thor: un mundo oscuro, que recién en los minutos finales adquiere suficiente energía, a partir de un combate bastante entretenido, gracias al juego con distintas dimensiones, los elementos que los integran y el desempeño de los personajes en función de lo espacial. Sin embargo, no le alcanza para escapar de la etiqueta de primera película realmente fallida de Marvel desde que comenzó su serie de Fases con Iron Man. Sin brío ni impacto, es apenas un trampolín a The Avengers: Age of Ultron, previa escala en Capitán América y el soldado del invierno.